En el Evangelio de hoy hay dos escenas que nos pueden resultar chocantes por la conducta de Cristo. En primer lugar, la maldición de la higuera que no tenía higos porque “no era tiempo” para ello. No parece coincidir con la imagen de Jesús paciente, que cuida la viña y espera para que de frutos. En segundo lugar, el episodio de la expulsión de los mercaderes. Cuesta imaginar al Cordero manso volcando las mesas de los cambistas y echando fuera del Templo a los vendedores. Si tenemos en cuenta que uno de los criterios para interpretar la Sagrada Escritura es considerarla en su totalidad, sabiendo que no puede haber contradicción en ella, nos ayudará a descubrir lo que nos quiere enseñar con estos episodios que recoge el Evangelio de la Misa de hoy.

Empecemos por la higuera. Jesús se encuentra una higuera llena de hojas, pero sin higos. Es la imagen de la apariencia, de la superficialidad. EL hecho de no ser tiempo de higos, como no puede significar impaciencia en Cristo, debemos leerlo en otra clave: el Señor tiene derecho a que cada uno demos frutos en todo momento y circunstancia. Ahora miramos hacia cada uno de nosotros y el Evangelio nos enseña algunas cosas importantes y nos muestra un camino concreto de conversión para todos. Hemos de hacer examen de conciencia y descubrir cuanto hay en nuestra vida cristiana de vivir de apariencias. Podemos ir al templo todos los días, apuntarnos a muchas actividades en la parroquia. Esto son sólo hojas, si no va acompañada de verdadera caridad, si después en la vida de familia, o en el trabajo, vamos protestando por dentro, como enfadados y resentidos con algunas personas, incapaces de pasar por alto una afrenta le damos vueltas en nuestro interior, etc. Aquí cada uno deberemos descubrir dónde nos aprieta el zapato. Además de no ser sólo aparentemente buenos cristianos, debemos dar frutos en todo momento. No podemos esperar a que estemos en una situación especial. No podemos pensar: ya seré paciente cuando pasen las cosas que me agobian, ya echaré una mano a la persona que me ha pedido un favor cuando tenga tiempo ¡No! ¡Ahora! Es ahora cuando el Señor espera esos frutos de servicio, de generosidad, de perdón. El Señor tiene derecho a encontrar esos frutos hoy. Mañana no sabemos si estaremos vivos. Ahora o nunca.

La expulsión de los mercaderes del Templo no son fruto de una falta de moderación por parte de Cristo. No es un arrebato de ira. Es un acto de virtud, movido por el amor al Padre y a nosotros. Estos mercaderes están en una situación particularmente grave de cara a su salvación. Se ha acostumbrado al ambiente de santidad del Templo, lugar donde mora Dios con su pueblo, y terminan por perder el sentido de la santidad de Dios y la salvación es cuestión de mercadeo: unas palomas, unos corderos, … y todo resuelto. Se les esconde la necesidad de conversión del corazón, la gratuidad de la salvación de Dios. Algo parecido nos puede suceder. Podemos acostumbrarnos a las cosas más santas. Quizá vamos a Misa a diario y terminamos perdiendo la conciencia de lo que sucede en cada celebración, cómo somos incorporados al misterio pascual de Cristo, que nos quien nos salva. Incluso la comunión cotidiana puede acabar siendo un rito más, una costumbre ¡y comemos el cuerpo del Señor! Para salir de esta situación el Señor le pone toda la energía y la pasión necesaria para que puedan reaccionar, para que podamos reaccionar. Por ello, si alguna vez el Señor nos habla con claridad y dureza, al meditar la Palabra de Dios, en la confesión o dirección espiritual, démonos cuenta de que es por nuestro bien, para que reaccionemos y rectifiquemos.

Pidamos a nuestra Madre no temer las correcciones de su Hijo y que estemos siempre listos para dar frutos de verdadera caridad en todo momento y en toda circunstancia.