En esta fiesta de san Benito, la primera lectura nos habla de la sabiduría. Si preguntamos a la gente qué considera que es un hombre sabio, muchos dirán que es el que «sabe mucho». Sí, pero este saber no es el que se aprende en los libros. Los libros sapienciales repiten a menudo que «principio de la sabiduría es el temor del Señor». Y hoy leemos que «el Señor concede sabiduría, de su boca brotan saber e inteligencia». La verdadera sabiduría es un don de Dios que Él concede a los que viven según su voluntad. Y es un saber que ilumina la vida, toda la realidad, a la luz de la fe y de la experiencia de las maravillas del Señor. Por ejemplo, lo que vemos hoy en el Evangelio: que si dejas algo por el Señor, que si renuncias a algo por amor de Dios, Él te da el céntuplo. Una vez un amigo mío, un seminarista de Nueva York, estaba haciendo una experiencia en Italia y el obispo le había dado tres mil dólares para los gastos. Otro de los seminaristas que estaban haciendo esa experiencia, del Congo, le compartió muy angustiado que había muerto su padre, y que él era el hermano mayor y tenía que organizarlo todo, pero no sabía cómo hacer. Sin pensarlo, le dio los tres mil dólares, aunque era todo lo que tenía, y el otro se fue inmediatamente a casa para enterrar a su padre. Unos días después, una familia amiga de Nueva York le dijo que le habían ingresado cinco mil dólares para lo que necesitase. No es cien veces más, pero bueno, ¡era más de lo que había dado!
Esa sabiduría la podemos ver y gustar en la vida monástica. El ritmo de oración y trabajo, a golpes de campana y de gregoriano; esa paz que transmiten los monjes de toda una vida entregada a Dios en el silencio, tras los muros del monasterio. Ya solo con la mirada te hablan de Dios. Hoy damos gracias a Dios por san Benito que vivió y extendió esta sabiduría por toda Europa.
Querido hermano:
Creo que debemos reparar en que Jesús se compadecía de la gente porque eran personas extenuadas y abandonadas. Por un lado estaban cansadas, agotadas, decaídas, derrotadas por una vida que les había golpeado por la injusticia, por el egoísmo, por las consecuencias del pecado que nos seduce y luego nos abandona en la culpa y vergüenza. Sin embargo, lo que me interroga es que hay mucha gente que, además de sentirse extenuada, se siente también abandonada. Nadie hace nada por ellos. Cuando yo estudiaba bachillerato (nivel educativo superior de un colegio o instituto) era una época maravillosa pero fue también una época dura porque perdí amigos que escogieron el camino errado de las drogas, de vivir sensaciones de vértigo. Soy afortunado pues pude superar dichos años sin secuelas graves, le pido a Dios que no solo me dé agradecimiento por la vida sino que me dé creatividad y generosidad.
Reza Cada día el Santo Rosario. Tu hermano en la fe: José Manuel.
Gloria a tí señor Jesús