Hoy es un gran día para la Iglesia que camina en España. Celebramos la memoria de un gran santo, san Ignacio de Loyola, y los que participamos en la jornada mundial de la juventud de Lisboa 2023 vamos a reunirnos en Estoril para celebrar juntos la fe que nos salva, nuestra fe en Jesucristo. Está previsto que más de 37.000 jóvenes participen en la celebración de la eucaristía que va a presidir el cardenal de Barcelona, Juan José Omella. Y para este momento de gracia no podía ser más oportuno el evangelio que se va a proclamar en la misa de hoy.
Se nos habla del grano de mostaza, la más pequeña de las semillas; y de la medida de levadura, casi insignificante, pero necesaria para que amasada con la harina, ésta fermente.
Dado que nuestra sociedad está muy envejecida es una gran noticia que haya tantos jóvenes que quieran vivir en fidelidad a Jesucristo y que asuman la misión de hacerlo presente, vivo y dador de vida, en nuestro mundo.
Quien acuda a las matemáticas para menospreciar este acontecimiento y se pregunte: “¿qué puede hacer este pequeño hacer grupo de jóvenes para transformar una sociedad mucho más grande y tan diversa como la suya?», es que no he entendido la enseñanza de Jesús. Dios respeta el tiempo, Dios crea en la historia, Dios nos modela no en un instante, sino en un proceso que dura todo el tiempo de nuestra vida mortal.
Lo que hoy se siembra, dará fruto cierto y abundante pero no inmediato. Si los jóvenes que hoy reciben este testigo de la fe se comprometen a correr bien su carrera, como dice San Pablo, y entregarlo a su relevo de la siguiente generación, nuestra sociedad no dejará de recibir toda la gracia que Cristo trae sobreabundante para los suyos, para nosotros.
La Iglesia se convierte en ese árbol donde los pájaros pueden venir y anidar en sus ramas. La Iglesia se convierte en esa casa que acoge, protege y congrega a todos los hombres para que puedan tener un hogar y un lugar desde el cual vivir libres, como pájaros que vuelan en libertad y no en cautividad, encerrados en una jaula mortal.
Si la levadura no se desvirtúa, bastará una pequeña medida para que la gran masa de harina se convierta en un pan que alimente y sacie el hambre de toda una familia. Para hacer presente a Cristo en el mundo no es tan necesario la cantidad como la calidad de sus testigos. El problema no es ser pocos sino insignificantes. Es lo mismo que dice el Señor respecto de otro elemento esencial: «si la sal se vuelve sosa, con qué la salarán, solo sirve para que la tiren a la calle y la pise la gente».
Bendecimos a Dios por este acontecimiento de gracia para la Iglesia universal que es la JMJ de Lisboa y le pedimos que los jóvenes acojan todos los dones que el Señor les quiere regalar en estos días para que la obra que Él comienza a hacer en su corazón ahora, Él mismo, un día la lleve a término.
Querido hermano:
Cristo está refiriéndose en estas líneas a la eterna tentación de todo pueblo y toda persona que alcanza cierto nivel de bienestar: creer que ya no necesita de Dios por tener cubiertas las necesidades corporales.
Pero también los hay que gozan de su avanzada sociedad occidental, que tienen su casa, su coche, su salario que les permite vivir holgadamente, pero eso sí, no olvidan que el alma necesita trabajar y hacer obras buenas, y además, comparten lo que tienen poniéndolo al servicio del Evangelio y de los demás.
No nos quedemos con la moneda de la felicidad terrenal, confiemos en nuestro Rey que mirándonos con amor nos dará muy por encima de lo que pidamos e imaginemos. Todo lo que deseamos y mucho más está en el cielo. Pues ¡vamos a llenarlo!, vamos a dedicar nuestra vida a hacer felices a los demás, a llevarles al cielo.
Rezamos juntos el Santo Rosario.