Pedro se echó al agua, así, sin más, sólo porque su Maestro le dijo que avanzara hacia Él. Esas cosas las hacen sólo los enamorados y los amigos del alma. También las madres son capaces de arriesgarse tantísimo, pero poca gente más. Las ligazones afectivas producen esos arranques inesperados, porque quien quiere está dispuesto a llegar a la locura. El atrevimiento, la osadía, son sustantivos de gente que no se conforma con vivir. Hemos sido creados para eso mismo, para la valentía y la audacia, no para nadar y guardar la ropa. Si Dios nos llama a entrar en Él, es que hay algo en nuestro ser más oculto que está preparado para ese salto mortal. Por eso, la naturaleza humana en nada se parece a la mineral o al ficus, de lejos conocemos a la orca y al mandril.

De fábrica, el ser humano es un inconformista. Por ejemplo, un perro no sabe que se muere, se deja llevar por su malestar y se marcha. El ser humano no acepta la enfermedad, ni la vejez ni la muerte, grita delante de todo lo que contradice su gran aspiración a la eternidad. No le parecen suyos los grandes obstáculos que no se corresponden con su verdadera naturaleza: el salto a lo divino. Por eso, ante la muerte hay algo dentro de nosotros que dice no puede ser”, hasta la enfermedad nos parece una mancha en nuestro historial, que no, que no, que no puede ser. Llevamos de fábrica una llamada a una realidad mucho más grande. Lo dice muy bien el prefacio de la misa de difuntos, …entonces no habrá ni luto, ni llanto, ni dolor. Hemos sido marcados a fuego con ese hierro, el de una vida eterna donde nada termina.

Produce tristeza la actitud acomodaticia, el que hace apaños en este mundo: bueno, toca morirse, en fin, resignación. El cristiano en cambio dice, toca morirse, es el momento de vernos, Señor. Hay un loco que grita dentro de nosotros, niega las presuntas evidencias y hace caso a una pequeña luz que brilla en lo más íntimo. Ese loco tiene razón.

Me cuenta un matrimonio amigo que su hijo se ha pasado la vuelta de las vacaciones haciéndoles preguntas en el coche. El niño tiene seis años, es listo y tiene una hiperactividad de libro. El único momento en el que ha podido estarse quieto ha sido en el coche, entonces ha empezado, ¿qué distancia hay desde el agua hasta el fondo fondo fondo del mar?, ¿hay gente en la luna?, por qué el sol se va?, ¿qué ocurre cuando nos vamos de este mundo? A los padres les hizo gracia la primera pregunta, pero se les iban acabando las respuestas y ha llegado un momento que tuvieron que pararle. Pero es que el ser humano es exactamente ese niño de seis años, un inconformista radical. Porque nada sacia a quien ha salido de las manos de Dios. Ya sé que es una frase muy manida, pero San Agustin estuvo sembrado cuando afirmó aquello del corazón humano, que sólo descansará hasta que lo haga en Dios.

Por eso, ver a Pedro bajando de la barca para caminar sobre las aguas no debería sorprendernos, esa es la vida del hombre, que pueda hacer lo imposible porque lleva al Señor a su lado.