DOMINGO 3 DE SEPTIEMBRE, XXII Domingo TO-A, SALVAR LA VIDA
Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,21-27):
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
SALVAR LA VIDA
El Hijo de Dios vivo, hecho carne para entablar este diálogo de “llamada y respuesta”, tras tres años abriendo los ojos de sus discípulos a la verdad con mayúsculas del misterio de Dios y del misterio del hombre, en camino al Jerusalén de su pasión, se lo dejo muy claro: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la salvará”.
¿Os habéis preguntado alguna vez dónde radica nuestra dignidad humana?
Gracias a Dios mantenemos por nuestras raíces cristianas un alto concepto de la dignidad de la persona humana, como principio incluso de la ley positiva. Pero, ¿en donde la fundamentamos? ¿Es fruto de un consenso? ¿O parte de una visión concreta del ser humano, como creaturas de Dios amados por él?
No es fácil mantener el respeto a la dignidad humana como premisa moral, sin reconocer esto: que Dios nos ama a cada uno personalmente, que ha soñado con cada uno de nosotros desde la eternidad, que nos ha dado la vida, y que nos ha arrojado a este mundo llamándonos, por nuestro nombre, a algo: la llamada, la vocación, no es algo ni exclusivo de unos pocos ni secundario en nuestra vida, sino que es lo que conforma nuestra dignidad: soy digno porque quien me creo me hizo digno de si.
No es la primera vez que María Jesús y José María tienen que atender un parto de emergencia de alguna mujer que vive en la montaña. En esta ocasión sola y abandonada. Y ya de noche, vuelven a El Negrito, el poblado en el que viven a 300 kilómetros de Tegucigalpa, en Honduras, en un coche todo terreno que les ha enviado Manos Unidas. Llegan tarde a su casa, que se costearon con el poco dinero que se pudieron traer de Madrid. No tienen luz ni teléfono en todo el pueblo.
Mañana les espera un día largo de trabajo. Tienen que abrir las dos escuelas que llevan, junto con otros misioneros seglares; una para pequeños y mayores, para que aprendan a leer y a escribir, la otra, de formación profesional, con talleres de todo tipo: carpintería, ebanistería, imprenta, corte y confección, etc… Pero les esperan también otros proyectos en marcha, como la construcción de otro silo para el grano, o reorganizar los alimentos para poder distribuirlos entre los niños, muy desnutridos.
Al caer la noche, si no tienen que atender otra urgencia, se encontrarán en casa de uno de los catequistas, con gentes de todo el poblado, para leer juntos la Biblia, y dar juntos gracias a Dios. Ellos podían haberse quedado en Madrid. Tenían trabajo, y un futuro económicamente mucho más prometedor. Pero este matrimonio, con sus dos hijas nacidas ya en Honduras, han tomado una decisión muy clara en sus vidas: encarnar de modo totalitario esa opción por los últimos que es de toda la Iglesia, y de todos en la Iglesia.
Han tendido claro cual es la vocación a la que Dios les llamaba, que antes que ser la de una familia misionera, es la de un matrimonio cristiano, que ha descubierto el modo concreto que Dios les pedía para salvar su vida, es decir, para seguir el consejo de Jesús: Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la salvará”.
“¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si arruina su vida?”
“¿Quieres ganar tu vida, o perderla?”
El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo”
Otro Evangelio de paradojas y contradicciones: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Tu lugar no es colocarte frente a mí y edificarte una religiosidad a medida en la que recortas y quitas páginas del Evangelio que son incómodas: la cruz, el perdón, la generosidad…
No; nos tenemos que colocar detrás de Jesús, acoger la cruz, seguirle a Él y encontrar en Él el sentido de todo.
No olvides que seguir a Jesús no es lo más fácil, sino lo más hermoso.
Rezamos juntos cada día el Santo Rosario. Pedimos juntos por la paz en el mundo. Por las personas discapacitadas. Por todos los enfermos en el Mundo.
Tu hermano en la fe: José Manuel.
Todos los viernes reza el Santo Rosario a las 3:00, horas,Am, de la divina misericordia. Pide por tus necesidades, y las del Mundo entero.
Después en Adoración al Santísimo Sacramento del altar, venéralo, adoralo, y acompáñalo desde la basílica de nuestra señora de Guadalupe, en la web. Durante una hora, él lo necesita. Tú también.
Todos los viernes únete a la hora Santa de 3:00, horas, Am. Hasta la 4:00, horas,Am. yo te invito Jesucristo ahí te espera.
Tu hermano en la fe: José Manuel.
Una cuestión fundamental es estar convencidos de que la vida no se acaba aquí, en la Tierra. La verdadera vida, de la que habla hoy Jesús en el Evangelio, es la que viene después: la Vida Eterna.
Si no se entiende esto, sólo preocupa lo que nos rodea, la vida aquí, comodidad, bienestar, etc.
Pienso que la nueva evangelización consiste en asegurar que se entienda esto, que estamos de paso hacia la vida verdadera. Entonces nos preocuparemos de remodelar nuestras mentes como nos pide San Pablo en la epístola de hoy.
Quizás el problema está en que al mejorar el bienestar general de muchos, parece que lo único que interesa es procurar que todos alcancen aquí este bienestar, olvidándose de que estamos de paso.