Jueves 21-9-2023, san Mateo, apóstol y evangelista (Mt 9,9-13)

«Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”». Ante el asombro de todos, Jesús llama a Mateo, un “publicano”:

«Para imaginar la escena descrita en Mt 9,9 basta recordar el magnífico lienzo de Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses. Mateo desempeñaba la función de recaudador en Cafarnaúm, situada precisamente “junto al mar”, donde Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro. Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: “No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mc 2, 17). La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador. Por tanto, con la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia» (Benedicto XVI, Audiencia general, 30-08-2006).

«Él se levantó y lo siguió». Mateo, con su respuesta pronta y generosa, se convirtió de publicano en apóstol:

«Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús. La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios. Se puede intuir fácilmente su aplicación también al presente: tampoco hoy se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. En cierta ocasión dijo tajantemente: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” (Mt 19,21). Esto es precisamente lo que hizo Mateo: “se levantó y lo siguió”. En este “levantarse” se puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús» (Benedicto XVI).

«No he venido a llamar a justos sino a pecadores». Y así, nuestro apóstol llegó a ser el gran pregonero de la misericordia de Dios:

«La tradición de la Iglesia antigua concuerda en atribuir a san Mateo la paternidad del primer Evangelio. Alrededor del año 130, escribe Papías, obispo de Hierápolis: “Mateo recogió las palabras (del Señor) en hebreo, y cada quien las interpretó como pudo”. El historiador Eusebio añade: “Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba”. Ya no tenemos el Evangelio escrito por san Mateo en hebreo o arameo, pero en el Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en cierto sentido, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión» (Benedicto XVI).