Palabras de adulación que escondían la verdadera intención: tender una trampa, hacerle caer y encontrar un argumento para acusarle y acabar con él. Resulta asqueroso pensar en unas palabras aduladoras que, siendo ciertas en su contenido, se ponen al servicio de la mayor de las falsedades, la falsedad del corazón. Por eso, aunque sean ciertas, pues Jesús juzgaba sin temor a ser juzgado por nadie y era libre frente a cualquier presión u opinión ajena. Estas expresiones se convierten en algo evidentemente diabólico. Parece que estamos escuchando al mismo Satanás tentando a Cristo y no solo la voz de unos hombres mortales.

En la vida hay muchas ocasiones en que podemos reconocer este mismo lenguaje. Unas veces somos nosotros los tentados con palabras de adulación y de aprobación y otras veces, esto es lo peor, somos nosotros los que caemos en ese juego del tentador. Pero Jesús conoce la verdad del corazón y nunca ésta queda oculta a sus ojos. Esto es un gran motivo de esperanza por muy inteligentes, que nos creamos nunca vamos a engañar a Dios y si él está con nosotros y nos concede la inteligencia de la vida, su misma mente, tampoco nadie podrá hacernos caer en la tentación.

La pregunta estaba medida calibrada, pesada, aquilatada. La formulación tan falaz como la intención: ¿es lícito pagar el impuesto al Cesar? Jesús podría haber respondido de muchas maneras: ¿qué significa lícito? ¿según la ley de los hombres. la ley del imperio opresor, la ley del Cesar? ¿según la ley de Dios? y ¿es lo mismo, lícito que obligatorio? ¿pagamos o no pagamos? Pero Jesus, como siempre, advirtiendo la intención torcida de aquellos que le ponían la prueba, no cayó en su red. Al contrario, encontró una ocasión propicia para dejarnos a los hombres una sentencia definitiva, un axioma permanente y atemporal.

Al pedir una moneda, estaba pidiendo algo que está hecho por los hombres y que tiene grabada su imagen; en concreto, la imagen de Cesar, de tal manera que pertenece a su tesoro, según la mentalidad antigua, es de su propiedad. Pero la moneda acuñada y con la imagen de su dueño es una alegoría, una metáfora perfecta de lo que es el hombre ante Dios, hechura de sus manos, portador de su propia imagen, en definitiva, propiedad suya.

Así que cuando Jesús responde con absoluta autoridad: “Dad al César lo que es el César y a Dios lo que es de Dios”, está reclamando a los que le escuchan, algo que supera con creces lo que reclama la justicia de este mundo. la justicia de los hombres. Está hablando de la justicia de Dios, de lo que Dios, que es la verdadera y realmente la única autoridad real para los hombres, puede y debe reclamar de nosotros. Si en este mundo tenemos obligaciones fiscales, cuanto más Dios puede pedirnos de las que le son propias, las celestiales. Así nos recuerda que si en este mundo, por justicia, tenemos obligaciones como ciudadanos, y esta no es nuestra morada permanente, sino que solo somos peregrinos, obviamente, tenemos otra ciudadanía mucho más importante porque es la definitiva y verdadera en los cielos.  Somos peregrinos en la tierra, moradores, ciudadanos del cielo, por eso como diría San Pablo “no nos fijamos en lo que se ve que es transitorio, sino en lo que no se ve y que tiene una duración eterna en los cielos”, por tanto ni siquiera hace falta que Dios nos exija y nosotros nos sintamos obligados, es mucho más sencillo: como hijos suyos, amados de Dios podemos ir más allá de la norma y ofrecer nuestras vidas, lo que somos y tenemos, entregarlo libremente  y por amor, en respuesta a este Dios que nos ha dado todo, que se ha dado incluso a sí mismo por amor.

Estamos llamados a vivir menos formalismo, menos cumplimiento, menos regateo y minimalismo moral, y más amor sincero, entrega confiada, ofrenda de amor. Demasiado difícil de entender para quien tiene el corazón endurecido y la intención torcida, casi imposible de asumir para quien no sabe lo que es el amor o no se ha dejado nunca amar por este amor infinito de Dios por nosotros.