San Pablo revolucionó el Mediterráneo sembrando el Evangelio de Cristo que, apenas un siglo después, ya cundía en todo el Imperio y otras muchas zonas de Asia. La fuerza del Espíritu Santo sopló de tal modo en los labios y el corazón del apóstol de los gentiles que construyó cimientos sólidos para que la Iglesia abrazara innumerables hijos procedentes del paganismo. Así lo explica hoy preciosamente a los cristianos de la Urbe.

Llama la atención esa referencia a no construir sobre cimientos ajenos. En alguna ocasión le tocó hacerlo, pues a su llegada a algunas ciudades, ya existía una comunidad cristiana; pero no se libró en otras muchas ciudades de roturar desde cero un campo sin sembrar para la gloria de Cristo.

Sirva este ánimo del Apóstol para encender nuestros corazones en ardor misionero de acercar cuantas más personas al calor del Corazón de Cristo. Después de dos mil años de aquella siembra primera, los avatares de la historia nos conducen a una sociedad similar a la que se encontró el de Tarso, en que el nombre y rostro de Dios vuelve a ser desconocido por quienes ya pueden considerarse auténticos gentiles en el conocimiento de la salvación traída por el Nazareno. Incluso muchos cristianos desconocen los principios básicos de la fe, o viven el cristianismo teórico acompañado del paganismo práctico.

¡Sea nuestra la audacia de reevangelizar nuestra sociedad!