Las costumbres de saludo entre cristianos a lo largo de los siglos conoce diversos modos preciosos. Uno de ellos lo refiere San Pablo al exhortar a saludar a los hermanos con el beso santo. Dicho saludo, probablemente, iría acompañado de alguna expresión: «La paz»; «Alabado sea Jesucristo»; «El Señor esté contigo»; «Jesucristo ha resucitado», etc… En oriente y occidente esta bella costumbre ha intentado cuidarse siempre. No la olvidemos, que preciosa es.

Este gesto del beso pasó a la celebración de la eucaristía en el gesto de la paz, que tenía lugar antes del ofertorio, por la indicación del Maestro de no presentar la ofrenda santa en el altar sin antes haber hecho las paces con el hermano (Mt 5,23-25).

El otro día, un buen feligrés me preguntó que cuándo íbamos a retomar el gesto de la paz con un buen apretón de manos. Yo le dije que no era prudente de momento, porque con tanta gente tan variada los domingos en misa, después de las penurias pasadas por la dichosa pandemia, cada persona tiene su postura particular al respecto, y todas son igualmente legítimas. Unos pueden tener escrúpulos; otros ninguno. Los hay hipocondríacos, y al lado pueden tener al típico que sería capaz de dar un abrazo con beso inclusive —en cuyo caso, seguro que apareceríamos en los periódicos—. En fin, que el lío en que nos ha metido el «distanciamiento social», al menos en mi parroquia, creo que se desliará mucho más adelante, salvo que dividamos los bancos en zonas: aquí, los que quieren apretón de manos; allí, saludo japonés; allá, los que siguen con mascarilla; acá, los que les gusta los abrazos; atrás, los que guiñan el ojo… ¡Vaya lío lo de contentar a todos, ¿verdad?!