En mi parroquia contamos con unos columbarios preciosos, cuya visita acompañamos con una particular catequesis sobre las verdades eternas, aquello que pasa más allá de la muerte. La experiencia nos dice que los cristianos, por pura inercia con costumbres actuales, hemos comprado alegremente un número incontable de ideas paganas que llenan nuestro corazón y nuestra cabeza a la hora de interpretar y afrontar el ineludible paso de la muerte. Justo cuando más necesitamos a Cristo y la fe en sus promesas, es cuando corremos el peligro de romper nuestro vínculo con el Señor y la Iglesia a la que pertenecemos. Necesitamos muchísimo explicar con claridad la fe de la Iglesia para que las cenizas de uno no acaben esparcidas por el jardín de casa para acoger el siempre jugoso pis del perrito, o comida para los peces del mar… o convertidas en un diamante (¿¿¡¡!!??).

La Iglesia ha procurado acompañar siempre a sus hijos en tan embarazoso trance para que también en momentos tan oscuros e ineludibles lo llenemos todo con la luz de Cristo resucitado, que ha venido a iluminar esas particulares tinieblas por las que hemos de pasar todos —y esto no es pactable, porque te vas a morir algún día, quieras o no—.

¿Estás preparado? ¿Has meditado en ello? San Ignacio de Loyola, entre otros muchos santos, nos impele en sus ejercicios espirituales a meditar en la presencia del Señor sobre ese engorroso asunto.

Las lecturas de hoy tocan a rebato para que cuando llegue ese día de nuestro encuentro con Cristo, no nos pille despeinados: el evangelio pide que estemos en vela. Estar en vela podríamos traducirlo como estar en comunión con Dios. En la espiritualidad clásica se habla de «estar en gracia de Dios», esto es viviendo una vida conforme a aquello que el Señor quiere y desea para nuestras vidas, y que la Iglesia nos enseña de modo constante a través de la predicación y la catequesis. Vivir en gracia cada día es la grandeza de la vida cristiana: estar en constante comunión con Dios, disfrutando su presencia, abrazándote a Él en momentos oscuros, rezando por mil intenciones que cada día tienes.

Después, San Pablo habla de la segunda venida de Cristo, que acontecerá al final de los tiempos. Ese día lleno de gloria es el día en que el Señor, conforme a su promesa, resucitará nuestros cuerpos mortales y entraremos por fin el la plenitud del Reino de Dios para toda la eternidad. Esta verdad de fe que confesamos en el credo todos los domingos (y días de precepto) es clave en el cristianismo: en el cielo estaremos también con nuestros cuerpos. Cristo no ha venido sólo a salvar nuestras almas, sino todo lo que somos, alma, cuerpo y espíritu. Por lo tanto, es lógico el día del juicio final porque hasta ese momento, todos estamos incompletos. San Pedro, San Pablo, San Ignacio de Loyola… están incompletos todavía porque sus cuerpos están aquí abajo. El juicio final (día del fin del mundo, apocalipsis, etc.) recuperarán sus cuerpos, como representa de modo incomparable Miguel Ángel en la capilla sixtina.

¿Cuándo llegará mi muerte? Ni idea ¿Cuándo llegará el fin del mundo? Lo mismo. ¿Cuándo está Dios presente en mi vida para que pueda gozar de Él? 24-7 (Salvo cristianos empanados que no valoran lo que tienen).

Un apéndice final: muchos católicos siguen pensando que la Iglesia es contraria a la incineración. En nuestra web encontrarás mucha información interesante al respecto (documento del magisterio y de la Conferencia Episcopal, indulgencias, etc). Pulsa aquí.