La epifanía es una fiesta eminentemente misionera. Los magos de oriente representan a todos los pueblos gentiles a quienes la Iglesia – madre llevó desde el inicio el evangelio de Jesús. La Iglesia que es una, se ha convertido en el lugar donde se congregan todas las naciones de la tierra. Como dice san Pablo: “Cristo ha derrumbado el muro que nos separaba, el odio». Ya no hay dos pueblos, judíos y gentiles, porque todos somos uno en Cristo Jesús. Y si desde el principio la Iglesia es esta familia que congrega a todos los hijos de Dios dispersos por el mundo, también ahora nosotros tenemos la misión de llevar esta buena noticia a todos los hombres sin excepción.

En la primera lectura escuchamos esta invitación que se hace a Jerusalén de alegrarse, ponerse en pie, vestirse de fiesta, porque llega su luz. Todos los pueblos se congregan en la ciudad santa. Nosotros sabemos que esta profecía se ha cumplido en la Jerusalén del cielo cuyo germen e inicio en este mundo es la Iglesia. Nos vestimos de fiesta y nos alegramos porque Dios nos ha hecho el mayor regalo que podíamos recibir un día como hoy; nos ha entregado a su Hijo, el amado, el unigénito; ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu que nos hace hijos de Dios y nos convierte a todos en hermanos. El sueño, el deseo, de unidad que late en el corazón de todo hombre ha tenido una respuesta extraordinaria. Dios mismo en persona ha venido a reunir a sus hijos haciendo de ellos un solo pueblo.

La iconografía cristiana que se ha ido desarrollando progresivamente con el paso de los siglos, ha ido configurando la imagen que tenemos hoy de los magos de oriente. Por ejemplo, en ningún lugar de la escritura se dice que fueran tres, sino que se dice que eran tres los dones, los obsequios que hicieron: oro, incienso y mirra. En ningún sitio se nos dice que fueran reyes, sino que más bien serían unos sabios que estudiaban el firmamento del cielo, porque encontraban en él signos de lo que había de suceder en la tierra. El hecho de que los llamemos magos se refiere más bien a las religiones mistéricas propias de los pueblos extranjeros en tiempos de Jesús. Así pues, estas tres características: sabios, reyes y magos, son tres caminos que la Iglesia ha propuesto como vías para llegar al verdadero Dios, para reconocerlo y adorarlo en Jesús, el hijo de María nacido en Belén.

Los reyes nos señalan el camino de la justicia, siempre imperfecta en este mundo, que es un anhelo fundamental del hombre Con el salmista, la iglesia canta: “Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”. Buscaban al rey que había de nacer por eso fueron a su encuentro al palacio real y Herodes y todo Jerusalén con él se estremecieron ante la noticia. Los poderes de este mundo, y no digamos en el caso de los perversos y tiránicos, tiemblan ante la aparición del verdadero Rey del universo. El camino de la justicia, sorprendentemente se nos ha revelado como el camino del servicio y del amor. La autoridad y la realeza de Jesús residen en haber elegido ser el último y servidor de todos. Si Jesús merece ser reconocido como rey es porque no ha “venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por todos”.

El camino de la sabiduría es el camino de la ciencia. Comienza con la observación de la naturaleza, de la creación y el descubrimiento de la huella divina en ella. La realidad es un signo elocuente de la presencia de esa sabiduría original no creada que sustenta el cosmos. No le bastó al camino de la sabiduría leer en el libro de la ciencia humana, sino que necesitó con humildad recibir la revelación de Dios. Cuando Herodes consultó a los escribas Ellos citaron la profecía de Miqueas: “Pero tú, Belén Efratá, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad.”. Si la ciencia del hombre quiere encontrar la verdad, la razón debe abrirse a la fe y así el hombre podrá remontar el vuelo hacia lo más sublime de la sabiduría. Como quien se eleva sostenido por estas dos alas razón y fe

El camino de la religión, el camino de los ritos y de la trascendencia, encuentra un gran escollo en su búsqueda a veces tan humana, esa piedra de tropiezo, ese escándalo, que consiste en el hecho de que Dios se haya hecho carne. El cristiano no es un hombre espiritual, si nos referimos con ello al desprecio de lo material. Jesucristo es Dios hecho hombre por eso el signo más fundamental de nuestra fe hace que al cristianismo si lo consideráramos como una más de las demás legiones, tendríamos que admitir que es del todo singular; no consiste en el esfuerzo del hombre por alcanzar a Dios, sino en la aventura, la epopeya, el esfuerzo de un Dios que se hace hombre

Por fin, fijémonos en los dones: oro para el rey, incienso para Dios y mirra para el hombre mortal. Estos magos nos ponen delante de los ojos una de las mejores descripciones del misterio de Cristo. El regalo, para que sea sincero y significativo tiene que ser expresión de lo que no se ve, una adhesión, un amor, una entrega y una confianza. En definitiva, si el regalo es verdadero expresa que el donante se querría regalar a sí mismo. Algo que aparece de alguna manera reflejado en el gesto de postrarse y adorar. Dos gestos que solamente se harían delante del señor de cada uno, delante de su Dios.

Vivamos con alegría este día de la Epifanía, de la manifestación de la luz en medio de las tinieblas. Vivamos con entusiasmo este día de manifestación de Dios a todos los pueblos y asumamos nuestra misión de predicar incansablemente, no callar, ni reservarnos esta buena noticia para nosotros o los nuestros. Dios nos envía al mundo entero para que su palabra resuene del uno al otro confín de la tierra.