Tres son los misterios de Epifanía clásicos. La epifanía, en el día de reyes, como la manifestación de la luz de Jesús en Belén a los pueblos que están representados por los magos de Oriente. Se manifiesta también en el bautismo del Jordán, fiesta que hoy celebramos y se manifestará a sus discípulos en las bodas de Caná. En el evangelio según san Juan se nos dice que en Caná “se manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”. En la antífona de Laudes del día de la epifanía nos referimos a estos tres misterios como solo uno. “Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque, en el Jordán, Cristo ha lavado los pecados de ella, los magos acuden con regalos a las bodas del Rey y los invitados se alegran por el agua convertida en vino”. Así que, en cualquier, Jesús es aquel que viene a disipar la oscuridad, las tinieblas del pecado y de la muerte, aquel que viene a tu vida para que no digas más que “estás a oscuras”, o “que no ves”. Esta es una expresión muy coloquial, pero que revela mucho. Cuántas veces decimos: “es que no lo veo claro”, “no tengo ni idea de por donde tengo que ir”, o lo que es peor: “no sé salir de aquí, no puedo salir de aquí, estoy en un abismo, estoy en un pozo, estoy en una oscuridad” … pues si es así, hoy es el día que estabas esperando.

Es el salto que experimentamos cuando volvemos a la vida ordinaria, hemos estado como niños durante la Navidad y de repente nos hacemos adultos y volvemos al trabajo, a nuestros quehaceres, pero no volvemos de cualquier manera. Los que no tienen fe vuelven con depresión post vacacional y con un enfado tremendo, pero nosotros volvemos felices porque Cristo viene con nosotros. Cristo ha nacido para quedarse con nosotros en la vida. Para ser nuestra luz, es más hoy, Juan lo señala como «el cordero de Dios que quita el pecado del mundo», que viene a arrancarnos de las tinieblas de la muerte, del error y del pecado. Cuando Jesús se mete en el agua del Jordán es la primera vez que la humanidad, la humanidad de Cristo en este caso, es obediente a Dios y por eso, el cielo que estaba cerrado desde los tiempos de Noé se abre, se rasga. Hemos escuchado que se abre y el Espíritu Santo desciende y unge la humanidad de Jesús,

Ahora Jesús es Cristo, el Hijo de Dios que es la segunda persona de la Trinidad ha experimentado algo real. Su humanidad era una humanidad como la nuestra. En el Jordán, sucede algo, no solo se manifiesta como el ungido, como el mesías. Sino que este Espíritu unge la humanidad de Jesús, sosteniéndole todos los días hasta poder llegar al final de su vida mortal y decir “todo se ha cumplido”. El Espíritu que empuja a la humanidad de Cristo es el Espíritu que le mantiene unido permanente al Padre, es el Espíritu que hace que la humanidad sea una humanidad obediente, obediente al Padre hasta la muerte. De tal manera que cuando recibimos el Espíritu de Jesús en Pentecostés, recibiremos ese mismo Espíritu en nuestros corazones. No es un Espíritu anónimo, no es un Espíritu, perdonar la expresión, “a estrenar”, es el Espíritu de Jesús que ha empujado a esa humanidad y la ha glorificado sentándola a la derecha del Padre. Es el Espíritu que ha vencido, un Espíritu de victoria, dice San Pablo, por eso no podemos recaer en el temor, por eso podemos vencer al pecado, porque no somos nosotros sino la gracia de Dios en nosotros. Para eso se mete Jesus en el agua. Para que se abra el cielo y descienda el Espiritu sobre su humanidad y después se derrame sobre su Iglesia, y ahora nosotros podamos vivir como justos.