¡Lástima que Indiana Jones volviera a perder el arca encontrada! Pero nos quedamos con que ese film de culto introdujo en el imaginario colectivo un acercamiento gráfico inigualable al bello continente de las tablas de la ley. David festeja la llegada del arca de la alianza a la ciudad de David, construida sobre el monte Sión, conquistada ayer a los jebuseos.

Es el arca del testimonio, de la alianza de Dios con Moisés sellada en el monte Sinaí mediante las tablas de la ley.

A las pinceladas de ayer, unimos hoy el elemento que faltaba para darnos una visión de conjunto de las tres características esenciales que definen al pueblo judío. Adelanto una idea que aparecerá el jueves en las lecturas de diario, que no leeremos por ser la fiesta de la conversión del apóstol Pablo:

—La tierra de Israel, que el pobre Moisés sólo pudo ver pero no pisar. Murió el pobre divisando la tierra prometida desde el monte Nebo.

—Junto a la tierra, está la raza, con sus doce tribus, unificadas en tiempos de David, que es el gran rey de Israel.

—El templo de Jerusalén como símbolo esencial de la identidad del pueblo y lugar de culto. Será David el promotor y quien prepara el material de construcción, pero lo levantará su hijo Salomón. Símbolo de la fe en el único Dios y lugar de culto por antonomasia para los israelitas, lugar de celebración de la Pascua, la fiesta por antonomasia para el pueblo judío, con el sacrificio de los corderos. El corazón del templo es el arca de la alianza donde se guardan las tablas de la ley. Dicha ley mosaica, la Toráh, configura el desarrollo no sólo religioso del pueblo a lo largo de los siglos, sino también desde el punto de vista civil. Algo así como una teocracia. Lo divino y lo humano están íntimamente ligados en la fe del antiguo testamento. De hecho, el olvido de la ley y el culto a otros dioses van a ser la antítesis de apostasía en la que caerán los reyes y el mismo pueblo elegido a lo largo de los siglos, algo muy denunciado por los profetas.