David pasea por su regia azotea y se topa con el inesperado descuido de una mujer bañándose con la puerta abierta y sin cortina… Ups!

La lujuria que nace en el corazón de David y el acelere de su corazón por el impacto de lo que ve, nos resulta más que familiar, perfectamente comprensible, pues somos todos hijos de Adán y Eva, con unos instintos animales naturales destinados a la preservación de la especie, pero que, desordenados, pueden llegar a complicar mucho nuestra vida y a desintegrarla.

¡Cuántas experiencias a lo David! A las situaciones propias que uno puede encontrarse en la vida, hay que añadir hoy el campo digital. Por los ojos entran en el alma cosas que pueden hacernos mucho daño en aquello que es más determinante en nuestra vida, que es la faceta espiritual.

Siendo niños, somos ajenos al pudor porque vivimos completamente despreocupados en nuestro mundo de fantasía. Pero a partir de cierta edad, distinta en cada uno según se madure más o menos, nos damos cuenta de que hay cosas que proteger. No se trata del cuerpo únicamente, sino de algo mucho más profundo: la persona. Quizá porque también uno comienza a querer buscar con los ojos cosas que suscitan curiosidad. Esta experiencia de lo que yo busco nos hace comprender que quizá otros también lo busquen en mi. Puede que no sea nada malo, mera curiosidad, pero comienza la experiencia de cómo nos pueden «usar», porque también nosotros podemos «usar». Junto a los primeros atisbos de un natural instinto genital, experimentamos a la vez la grandeza de la persona, pero también su profunda vulnerabilidad de ser usada. Evidentemente, un niño no lo explicaría con esta abstracción, pero entiendo que quien lee esto no es infante. Y también que lo comprende.

El pudor pretende protegernos de que nos utilicen. Evidentemente, hay situaciones comprensibles en que la desnudez tiene sentido, por ejemplo si tienes que ir al médico y tienes que quedarte al natural, o eres artista y tienes que hacer un estudio anatómico con un modelo vivo. El fin de tantas situaciones similares no es la de usar objetos, sino un bien: la salud, la belleza del arte, etc.

Yo no soy un objeto: soy un sujeto, alguien al que respetar en cuerpo y alma. Usar mal mi cuerpo también es usar mal mi alma: mi cuerpo es mi alma también, y viceversa. Conmigo mismo y con los demás, hay una llamada a vivir conforme a una dignidad infinita. Tiene siempre un sentido doble: se trata tanto de proteger mi intimidad como la de los demás. Me cuido para cuidar a los demás.

Betsabé tuvo un descuido (…¿o no fue un descuido?… ¡quién sabe!) del que debemos aprender muchísimo, porque la experiencia de la falta de pudor sabemos perfectamente cómo puede acabar… en el caso de David y el en caso de quien sea. Nunca sabemos qué cosas pueden alterar nuestras neuronas y nuestras hormonas; ni tampoco las ajenas. Por eso lo de «cuidar». A los ángeles no les altera nada, pero en el caso de los seres humanos, claramente nos movemos en arenas movedizas si uno tiene costumbres ligeras. Y no sólo en el vestir —¡madre mía cómo se complican cada vez más los veranos en el clima continental!—.

Pd: se agradecen las oraciones por un servidor, que salió del seno materno tal día como hoy hace …taitantos años.