¡Era verdad, ha resucitado! La sorpresa no sobrepasa a la alegría, los suyos están consternados. Pero el Señor resucita de una forma singular, anteayer lo dijo el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, en su homilia del Viernes Santo, la Resurrección de Cristo ocurre en misterio, sin testigos. Si bien su muerte es vista por una gran multitud y por las más altas autoridades políticas y religiosas, una vez resucitado, Jesús se aparece sólo a unos pocos discípulos, fuera de los focos. Después de haber sufrido, no debemos esperar un triunfo exterior, visible, como la gloria terrena. El triunfo se da en lo invisible y es de orden infinitamente superior, porque es eterno. Los mártires de ayer y de hoy son prueba de ello. Es verdad que la gloria humana hace Avenidas de la Victoria a los triunfadores, pero no es el caso de Nuestro Señor. Él se aparece para confirmar la fe de los que estuvieron con Él y para que se les fuera esa cara de susto que traían consigo.

Uno de los grandes momentos en mi vida de sacerdote ha sido poder celebrar la eucaristía en el Santo Sepulcro, y haber podido dar la comunión allí dentro, en un lugar tan chico, a los peregrinos que venían conmigo. ¿Qué más de valor puede hacer un sacerdote que regalar a los hombres al Señor resucitado en el mismo lugar en el que la muerte fue vencida? A partir de hoy cada domingo es el primer día de la semana. No arrancamos los lunes con cara de acelga, arrancamos el domingo. Vivimos de hecho del domingo. Por eso, deberíamos repensar nuestra relación con la eucaristía. Más que denominarlo precepto dominical (una terminología espantosa que, sólo de oírla en voz alta, echa para atrás), deberíamos denominarlo el día de la alegría, una alegría que ya nadie nos podrá quitar: no moriremos, hay vida verdadera.

¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo transmitimos al mundo que Cristo ha resucitado? Lo digo porque la gente ya se lo sabe. Me refiero a que todos han visto las películas de Semana Santa, y de alguna manera la información ya está ahí. No hay más que oír a los telepredicadores norteamericanos desgastarse en sus canales de comunicación. Hay una anciana que se pasea por los vagones del Metro de Madrid gritando, ¡Dios te ama, Dios vive! Es decir, la gente ya se lo sabe. ¿Entonces? Nuestras tiempos no tienen que ver con la sorpresa de una noticia, sino con la verificación de mi propia vida. A nadie le importará que Cristo haya resucitado hasta que no me vea a mí compasivo, alegre, convencido, disponible, responsable, manso. Tenemos que volver una y otra vez a la eucaristía, es que no hay presencia mayor de Jesucristo que tenga que ver con mi transformación interior. A medida que comulgo, Él va haciendo vida en mí. Y al vivir de otra manera, la gente no es tonta y se da cuenta de que aquí pasa algo.

¡Feliz Pascua de Resurrección! Dale al Señor la posibilidad de conocerte más en profundidad. No vas a encontrar vida en otra parte.