“Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes”. Jesús nos llama amigos. Puede parecer una estupidez, pero es algo muy importante. 

A veces da un poco de vergüenza llamar para pedir un favor, pero sabemos que podemos contar un verdadero amigo. El amigo cuando te corrige no es para ponerte en vergüenza, sino para ayudarte. Puede decir cosas más “fuertes” que aquel que te odia a muerte, pero las aceptas con alegría, pues sabes que te las dicen porque te quieren y aprecian. Así es fácil ser humilde, pues aceptas la corrección (aunque escueza) sabiendo que te la dicen por tu propio bien.

“Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar.” No es “políticamente correcto” hablar hoy del diablo. Parece cosa del pasado y de tiempos del medioevo. Sin embargo, él está rondando para deshacer la amistad entre los hombres, para hacernos soberbios y no admitir la corrección de nadie ni por nada. Nos volvemos cerriles, pertinaces en el error y cerrados a “nuestra verdad.” Pero nosotros somos “conocedores” de la verdad, no creadores de ella y, aunque suene muy mal, “el que se resista a creer será condenado”.

Cuando Jesús nos llama amigos, seguro que nos corregirá, pero no por quedar “por encima”, sino por que quiere que nuestra vida sea reflejo de la vida de Él. Cuando ponemos nuestro  criterio por encima del nuestro “mi amigo,” Jesús, estamos dejando que el diablo actúe en nosotros, y seguramente la fastidiemos.

Madre nuestra, Virgen María, ayúdanos a entender que San Marcos (que hoy es su fiesta), no escribió el Evangelio para ser un “libro de estilo,” sino porque Dios quiso hablarnos hoy, ahora y siempre, por medio de pobres palabras humanas. Las escuchamos, aunque corrijan nuestra vida.