“Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra”. Cuando tratamos las cosas de Dios, es importante diferenciarlas de las cosas de los hombres. De esta manera, muchas veces se ha criticado a la Iglesia el que no exista la “libertad” suficiente para actuar conforme a los sentimientos o las iniciativas personales. Esta manera de ver la realidad está fuera lugar, ya que se trata de algo, no sugerido, sino instituido por el mismo Jesucristo. El Vaticano II lo dice muy claro: “Por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia” (Sacrosanctum Concilium, 7). No se trata de dar lecciones de teología o liturgia, sino de recordar que es Dios quien nos ha llamado, y no nosotros quienes le hemos elegido. Esta diferencia no es algo sutil, más bien es la esencia de toda vocación divina. Cuando san Pablo recrimina a los judíos su actitud por volver la espalda a sus palabras, les recuerda que el mandato recibido es de Dios, no un empeño suyo. Y si somos sinceros ante el mundo que vivimos, descubriríamos que muchos males que nos azotan son motivados por haber olvidado lo esencial: sólo Dios conoce el corazón del hombre y, por tanto, lo que éste necesita.

“Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”. Es en la oración donde realmente encontramos la mejor de las maneras para tomar la iniciativa. Si rezamos, y rezamos bien, nos iremos identificando cada vez más con el querer de Dios. Y es en la Eucaristía donde nuestras plegarias se “materializarán” en el sacrificio de Cristo por la salvación de todos nosotros. ¿No merecen, por tanto, una dignidad y atención especiales las rúbricas que acompañan a lo que será nuestro “alimento” por excelencia?

A María le corresponde un puesto preeminente en todo lo que toca a su Hijo … la Santísima Virgen María, ‘mujer eucarística’, resplandezca en todos los hombres con la presencia salvífica de Cristo en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre”.