Siempre es llamativo escuchar a Jesús afirmando que no somos del mundo. Y es verdad, porque los criterios que marca la sociedad quedan muy lejos de la propuesta existencial de santidad y entrega que nos hace Cristo. Pero lo más interesante del evangelio de hoy es escuchar que no somos del mundo porque Él nos ha elegido: «No sois del mundo, yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia».

Es importante reconocer que vivimos en el mundo sin ser del mundo justo porque Cristo nos ha elegido. No es por causa de una decisión intelectual o ideológica. No somos una secta. No nos alejamos del mundo porque no sepamos vivir en él. Nada más lejos de la realidad. Al ser parte del Cuerpo de Cristo, los cristianos elegimos vivir ya el cielo en la tierra. Queremos hacer de nuestra vida una prefiguración de lo que vendrá con Cristo. El mundo en el que vivimos es la Eucaristía permanente, es la presencia de la Trinidad en cada uno de nuestros pequeños gestos. Es elegir adelantar la Gloria de Dios. Por eso el mundo nos odia.

Porque no nos entiende, porque entregarse gratuitamente es una pérdida de tiempo. Porque valorar al débil y apostar por el pobre es una debilidad y una dilapidación de recursos y activos. Porque confiar nuestra vida en la existencia de un Dios bueno nos vuelve una sarta de crédulos. Lo único que nadie se espera es que, en palabras de Saint-Exupéry, lo esencial es invisible a los ojos.

Por eso, con Cristo, no somos del mundo. Porque realmente este mundo no es mundo, sino que está en camino de su glorificación. Gracias a la santa presencia de nuestro Dios, los cristianos podemos ser sacramento del Reino en el día de hoy. No somos del mundo porque somos del cielo. ¡Y vivir con menos es conformarse!