Después de celebrar la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, nos corresponde hoy celebrar la memoria del Inmaculado Corazón de María, su madre.

Solemos decir “de tal palo tal astilla” pero nunca es tan adecuado este refrán como en el caso de María y Jesús. El Hijo De Dios se ha hecho carne en el seno virginal de María sin intervención de varón; por tanto, todo la carne y la sangre de Jesús vienen de María. De modo que en este caso, sería más apropiado decir que “son como dos gotas de agua”. Sus corazones están tan unidos el uno al otro que ni siquiera la muerte los pudo separar.

El anciano Simeón profetizó a María en el templo que una espada traspasaría su corazón y así fue como sucedió cuando al pie de la cruz María vio como la lanza del soldado, atravesaba el corazón de su hijo. En realidad, esa misma lanza atravesó también su corazón.

Jesús, obediente al Padre hasta la muerte y muerte de cruz, es el mejor hijo y discípulo de María, madre y maestra en la confianza en Dios. Jesús aprendió en el hogar de Nazaret que lo primero y más importante era hacer la voluntad de Dios, su Padre. No solo era algo que oía sino que lo veía en José y Maria. Por eso no nos sorprende su extrañeza ante las incertidumbres de sus padres. Cuando le preguntaron por qué los  había tratado así,  por qué había dejado que se angustiasen buscándolo tres días, creyéndolo perdido. Jesus respondió con sencillez:  ¿por qué me buscabais, acaso no sabíais que debía estar en las cosas de mi Padre?

El evangelista nos dice que María guardó este momento en su corazón. Es el mismo corazón que recordará, al pie de la cruz aquel acontecimiento vivido cuando Jesús tenía tan solo doce años.

María es la que educa el corazón del Hijo y después de recibir su última y definitiva misión al pie de la cruz, la de acoger como hijos a los discípulos, amados de Jesús; se convierte también para ellos en maestra de su corazón. En el corazón de María, como el de Jesús, hay un solo amor. Amor a Dios y amor a los suyos, que ahora somos todos por expreso deseo de su Hijo. María se nos ha dado como madre precisamente en estos tiempos en los que el Espíritu Santo y María están sosteniendo y acompañando a la Iglesia hacia su plenitud en el Reino de Dios. Más concretamente, cada uno de nosotros estamos en esa escuela de María en donde aprendemos a dejarnos hacer por el Espíritu Santo; convirtiéndonos por tanto, así verdaderamente en hijos de Dios y mostrando su santidad en nuestras vidas.