Nos narra el Evangelio como podemos pasar de la admiración al escándalo en un breve espacio de tiempo. Jesús llega a su pueblo, a Nazaret. Todos se conocían en esa pequeña aldea judía. Sus vecinos habían oído hablar de él, y seguro que corrió como la pólvora la expectación, el interés, la curiosidad. Decían de Jesús que obraba milagros, que curaba enfermos, que hablaba con autoridad, que multiplicaba panes. Cada uno al oír todo aquello se fue imaginado lo que haría con los más cercanos, con sus paisanos, con sus familiares. Hicieron sus cuentas y empezaron a salivar pensando en lo privilegiados que eran. Jesús les pagaría la hipoteca, les encontraría novio, le curaría del cáncer y del Alzheimer. No se alejan mucho sus ilusiones y esperanzas de las nuestras.

Se reunió en la sinagoga prácticamente todo el pueblo. Y parece que comienza bien la intervención. Es agradable su mensaje, es cordial, tiene interés. Pero lo que comienza con acogida y admiración se trunca en rechazo y desprecio. ¿Qué pasó? Lo mismo que nos pasa a nosotros. Que demasiadas veces no vivimos en la acogida de lo real, de lo que nos ocurre, de las circunstancias presentes, sino que viajamos inconscientemente al futuro, a la idealización, a las expectativas que nosotros mismos fabricamos. Nosotros también nos fabricamos paraísos artificiales. Nos gustaría vivir sin enfermedades, sin envejecer, sin muertes a nuestro alrededor, sin penurias económicas. Nos fabricamos cada uno nuestra propia “Arca de Noé” y Jesús no bendice nuestra ingenuidad, sino que nos invita a la acogida amorosa de lo real.

Y ahí aparece la decepción, la frustración, el enfado, el sentimiento de estafa. Conozco mucha gente que ha orado por la salud de un familiar y si el desenlace ha sido la muerte, la rabia y la ira contra Dios es dolorosa e infantil. Jesús no viene a calmar nuestras peticiones, de echo les dice a los discípulos: “No sabéis lo que pedís”. Porque es cierto que cada uno pide muchas veces pensando en una perspectiva muy corta. No puedo hacer muchos milagros porque no se dejaron iluminar por las palabras de Jesús. Ojalá que nuestras vidas sean acogedoras y confiadas en la voluntad de Dios sobre nuestras vidas que se manifiesta en la realidad que nos envuelve.