Es uno de mis evangelios favoritos. ¿Puedo decir sin ánimo de frivolidad que el de hoy es un texto que me entusiasma? Es la parábola de las virgenes prudentes y las necias. Siempre me acordaré de una catequista que en los primeros años del nuevo siglo me decía que era una parábola que no entendía ni estaba dispuesta a entender. Jesús no podría haberla pronunciado, porque se habría puesto de parte de las virgenes que no tenían aceite. Y se enfadaba mucho, me acuerdo. No quería que nadie se la explicara porque le parecía un texto agresivo. A primera vista, aquella catequista parece que lleva razón. Es un gesto feo el de las prudentes, no dan de lo que tienen. ¿A qué viene entonces esta pequeña historia, si parece llevarse por delante todo el sentir de las enseñanzas del Señor?

Porque hay cosas que no se pueden dar. La identidad no se puede dar. Nadie puede nutrirse por mí, ni respirar por mí. Nadie puede tomar la decisión de casarse en mi lugar. En lo importante soy yo quien decide. No hay nada más triste que ver a una persona haciendo la vida de los demás. Conozco a algunas madres de familia que quieren hacer la vida de sus hijos. Pero una madre no puede sufrir por ellos ni evitarles los obstáculos. Ya digo, en lo esencial no aprendemos en cabeza ajena.

He leído hace poco el comentario de un amigo sacerdote a propósito de la personalidad de Nuestra Madre. Dice que la primera creación, la que se refiere a los árboles, al reino animal, a la creación del ser humano, etc., vino de la nada, y así también lo reconoce la ciencia con la explicación del Big Bang. Sin embargo para la segunda creación, la del mundo sobrenatural que nos vino por Jesucristo, contó con una persona y con su entera personalidad. La Virgen era niña, pero no ingenua. Sabía de quién se fiaba porque desde muy pequeña había abierto un canal de comunicación con el Dios de Israel. Podía decir sí, un sí tan rotundo que rompió los Cielos. Nadie pudo hacerlo en su lugar, sólo ella tomó la decisión dentro de sí. Nuestra Madre es la virgen prudente que tenía el aceite preparado para la llegada de Dios.

En este mundo tan precario que nos ha tocado vivir, tenemos que hacer crecer una personalidad madura, capaz de saber elegir y saber gustar aquello que es verdadero. Si no, ¿cómo vamos a encontrarnos con Dios? Hay historiadores que dicen que nuestro tiempo es una época blanda, porque ha perdido su conciencia de civilización. No les falta razón, tenemos bastante de virgenes necias incapaces de crecer por nosotros mismos. En un artículo reciente publicado en un diario español, la filóloga Andrea Marcolongo hablaba del turismo desmedido que hemos visto este verano: “El exceso de turismo es una de las enfermedades más graves que sufre nuestra Europa, transformada en un parque de atracciones por una economía codiciosa y sin piedad. Me sorprende que casi nunca se hable de educación al turismo, o mejor dicho, al viaje, un valor esencial que deberíamos transmitir a nuestros hijos, al igual que el amor por la música o la literatura”. Me gusta, es una propuesta concreta y nada inocente de educación en la vocación de virgen prudente.