La parábola de los talentos, que hoy nos toca comentar, es un arma de doble filo en manos inexpertas. Porque hay quien se imagina que la vida cristiana es sólo una rama de la sociedad de consumo y el sistema de producción que llegó con la revolución industrial. Es decir, has recibido, pues ponte a producir. Todo se resume en números y beneficios. Hay que hacer apostolado con las mismas herramientas de un emprendedor. De hecho, a veces hablamos de la personalidad como algo que hay que poner en valor y de la importancia de monetizar nuestro tiempo. Ahora que en esta parte del mundo, mucha gente vuelve de sus vacaciones de verano, refiero un comentario de una familia que me decía que para ellos las vacaciones significaban sencillamente cambiar de actividad. Así las definían. Es decir, su vida era sólo actividad añadida a una nueva actividad. Qué pena, ¿no? Hasta los clásicos romanos hablaban de la dignidad del ocio, por eso diferenciaban el ocio y el negocio. Como el Señor, que buscaba su descanso apartándose de la actividad entre la gente, y se marchaba solo.

Si vemos la parábola de los talentos así, erramos. El Señor habla del dinero eludiendo su significado estrictamente económico. Es como cuando habla del sembrador, aquí no nos dice que la naturaleza de Dios sea la de dedicarse a sembrar para dar cosecha. Si al Señor le interpretamos literalmente jamás pillaremos el sentido correcto de una parábola. Todo lo que el Señor dice, tiene sentido desde el Viernes Santo. Sí, no te quedes tan asombrado. En el Viernes Santo el Señor entregó toda su humanidad como el momento final de una vida en constante salida de sí.

El Viernes Santo no es la repetición de los sacrificios de las religiones paganas, en las que cuanta más sangre se produce en la víctima, mejor produce efectos en los dioses. Nosotros amamos la vida como la amaba nuestro Maestro. No vamos detrás de la sangre, ni del dolor, ni de la muerte. Sólo buscamos entregar la propia vida por amor, como Él lo hizo. Ese es el sentido de la parábola de los talentos, transformar en amor cuantos talentos hemos recibido. Dar como dio la anciana del templo, que dejó en el cestillo muy poco, pero era cuánto tenía. Dar hasta lo que no se tiene, que muchas veces no es dinero, sino tiempo.

El Papa Francisco repite en sus homilías diarias de Santa Marta la vocación del ser humano a darse incondicionalmente, “la condición para estar preparados al encuentro con el Señor no es solamente la fe, sino una vida cristiana rica de amor y de caridad con el prójimo. Si nos dejamos conducir por lo que nos parece más cómodo, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se convierte en estéril, incapaz de dar vida a los demás”.

La exigencia de la parábola de los talentos es casi biológica. No son las cualidades las que hay que explotar, hay que entregar el corazón. Si no nos damos como Cristo se dio en la cruz, hasta el extremo, permaneceremos estériles. Y la esterilidad es la palabra más triste del diccionario. La esterilidad es la sal en el campo, que todo lo abrasa. La riada en verano, que todo lo anega. La esterilidad…