¡Cuántas veces nos enfadamos y disgustamos porque las personas no reaccionan como nos gustaría! En el evangelio de hoy (Lc 9, 51-56), que narra el momento en que Jesús decide encaminarse hacia Jerusalén, descubrimos varios aspectos fundamentales de su misión y de cómo desea que sus seguidores respondamos a la adversidad. Jesús toma la firme decisión de seguir el plan del Padre, sabiendo lo que le espera en Jerusalén: el sacrificio de su vida por la salvación del mundo. Frente al rechazo de los samaritanos, Santiago y Juan reaccionan con enfado y sugieren una respuesta violenta, pero Jesús los reprende y opta por seguir adelante sin detenerse en el odio o la venganza. Ante el mal, bien.

Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús,  y este pasaje resuena profundamente con todo lo que fue su vida. Santa Teresita adoptó lo que ella llamaba «el caminito», una manera de vivir con sencillez, humildad y amor en las pequeñas cosas. Al igual que Jesús en este evangelio, Teresita no buscaba la confrontación ni el castigo ante el rechazo o la incomprensión, sino que su vida fue una respuesta constante de amor, incluso en medio de dificultades, ofreciendo sus pequeños sufrimientos y actos de caridad, con la confianza en que Dios utiliza todo para bien.

Jesús enseña a sus discípulos y a nosotros que el camino del Evangelio no es de venganza, sino de compasión y paciencia. Teresita encarnó esta enseñanza, no respondiendo al mal con mal, sino con un amor incondicional y desinteresado. Así como Jesús decidió seguir su camino a Jerusalén, sin detenerse en los obstáculos, Santa Teresita nos invita a caminar en la confianza y el amor, abrazando con humildad las pruebas del día a día. Porque todos los días tendremos pruebas, y la manera en que nos enfrentemos a ellas definirá nuestra vida.