Cuando hay algo o alguien que nos importa, no le quitamos el ojo de encima. ¡Hasta se han creado cámaras para que los padres puedan estar atentos de cómo duermen sus bebés! Estar atento es amar, y por eso, en el evangelio de hoy (Mt 18, 1-5. 10), Jesús pone de relieve el valor de la sencillez y la humildad en esta manera de amar. Los discípulos, buscando entender cómo ser grandes en el reino de los cielos, se enfrentan a una respuesta sorprendente: Jesús no habla de poder, riqueza o sabiduría, sino de convertirse en niños. Ser niño aquí significa tener un corazón puro, lleno de confianza, sencillez, y apertura a la vida y a Dios. Jesús no busca grandeza en los términos humanos; busca corazones humildes, abiertos a su amor y dependientes de su gracia.
Este mensaje resuena profundamente cuando lo conectamos con la fiesta de los Ángeles Custodios que hoy celebramos. Los ángeles son esos seres invisibles que, como dice Jesús, cuidan de nosotros, especialmente de los más pequeños. Son una muestra del amor constante y protector de Dios, que se preocupa incluso por los detalles más pequeños de nuestra vida. Los ángeles, al igual que los niños, están cerca de Dios, contemplando su rostro y cuidando con delicadeza de nuestras vidas.
Al acoger a los niños y ser como ellos, también acogemos a esos ángeles que siempre están en nuestra vida. Es mucho más que una creencia infantil: Dios te ha regalado un ángel porque te ama y está al tanto de ti. La fiesta de los Ángeles Custodios nos recuerda que no estamos solos, que así como Dios cuida de los pequeños, también pone en nuestro camino seres que nos acompañan y protegen. Es una llamada a vivir con confianza, a no despreciar ni subestimar a nadie, especialmente a los que el mundo podría considerar insignificantes. Para Dios no hay nadie insignificante y por eso nos regala a cada uno a uno de estos seres que están permanentemente pendiente de nosotros.
En un mundo donde el éxito y la grandeza a menudo se miden por criterios materiales, este pasaje y la fiesta de hoy nos invitan a volver a lo esencial: el amor, la pureza de corazón y la confianza en Dios. ¿De qué vamos a tener miedo? Día y noche van tus ángeles, Señor, conmigo.