¿Verdaderamente en qué consiste ser humildes? En caer en la cuenta de que cada uno de nosotros somos preciosos a los ojos de Dios, únicos e irrepetibles en nuestra singularidad. De ahí se sigue que, en realidad de verdad, “nadie es más que nadie”. Otra cosa será qué hace cada uno con su vida, si la arruina o si la aprovecha; si uno se hace merecedor de perderla o si por el contrario vive de tal manera que la salva.
En la primera lectura de hoy san Pablo apelando al corazón de sus hermanos de Filipos, les pide que no haya entre ellos rivalidades ni ostentaciones y que por la humildad consideren a los demás superiores a ellos mismos; que busquen el interés de los otros antes que el suyo propio. Y nos preguntamos: ¿es justo pedir eso? ¿de verdad conviene vivir así o es un moralismo más de los muchos que nos agobian y complican la existencia? La respuesta siempre la encontramos en Cristo Jesús que, siendo rico se hizo pobre, siendo Dios se hizo hombre, pasó por uno de tantos y quiso ocupar el último lugar. De esta manera nos muestra en qué consiste la verdadera grandeza: en escoger siempre libremente y por amor el último lugar.
En estos días en que asistimos llenos de dolor y a veces también de cierta impotencia, al sufrimiento de nuestros hermanos damnificados por el terrible temporal, la devastadora “gota fría” de Valencia; asistimos también a un espléndido y magnífico clamor y gesto de solidaridad y caridad fraterna por parte de miles de voluntarios anónimos. Un razonamiento tan sencillo como “podría haberme pasado a mí” o “¿qué me gustaría que hicieran conmigo si estuviese yo en ese lugar?”, algo así de básico como esto, ha llevado a miles de personas a ofrecer sus fuerzas, sus manos y también su dinero y su seguridad por atender a tantas víctimas. Simple y llanamente porque todos somos hermanos, y si en un momento dado yo gozo de una condición más favorable o privilegiada, eso no me hace desentenderme del otro, sino más bien al contrario me hace más responsable de él.
En el evangelio se nos invita hoy a vivir así el servicio y el amor, con intención sincera y no como moneda de cambio; como expresión de una entrega a fondo perdido y no como parte de una estrategia de negocio, dar para recibir. Jesús nos enseña a ayudar y favorecer a aquel que no nos puede devolver nada, materialmente hablando, pero que nos da en realidad mucho más aún. Nos devuelve a nuestra verdadera condición, nos permite vivir la verdadera grandeza, que es siempre grandeza de alma, magnanimidad, y nos cura de la peor de las enfermedades que es la indiferencia autosuficiente, anticipo del mismo infierno.
Miremos a Cristo, escuchemos su palabra que es vida y luz para hoy sacudámonos cualquier atisbo de hipocresía y sensacionalismo al ejercer nuestra caridad. Elijamos vivir como hermanos y reconocer en el otro el rostro de Jesús el Dios que se ha hecho último y ha escogido el último lugar sin estrategia ninguna, simplemente por amor.