Recuerdo la cara de estupor de la asamblea cuando me escuchó esta frase: “De los aquí presentes… nadie puede salvarse”. Algunos más que estupor manifestaban en su rostro un gesto de verdadero enfado. Después añadí: “Solo les puede salvar Jesucristo”. Entonces respiraron aliviados.
Esta es una verdad que conviene subrayar permanentemente: “En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presumir” (Ef 2, 8s). La salvación pues es un regalo gratuito y siempre inmerecido un verdadero don. Inmerecido por nosotros, pero merecido por Cristo.
La primera lectura de hoy nos resume el misterio del Hijo de Dios hecho carne en su salida del Padre y en su retorno a la gloria del cielo. Él es el único mediador y salvador del género humano. Él es el buen pastor que ha descendido a lo más lejano y profundo para encontrar allí a la oveja perdida y devolverla, sana y salva sobre sus hombros al redil. No ha sido mérito de la oveja, sino del pastor que la he encontrado.
La iglesia es una asamblea gozosa de rescatados, un pueblo que se goza en Dios, su salvador, pero aquí nadie puede despreciar a otro por el hecho de pertenecer a la Iglesia, porque como queda claro todo es don y gracia. Nosotros somos en la parábola del Evangelio esos pobres lisiados, ciegos y cojos, que hemos sido invitados al banquete, después de que otros convidados antes hayan rechazado la invitación y, por tanto, nos hayan dejado libre su lugar.
El tiempo presente es el tiempo de la misión de la iglesia que tiene como finalidad que se llene la casa, convocando a los hombres de todas las generaciones hasta que se cumpla ese mandato.
Qué providencial celebrar en este día la memoria de Santa Ángela de la Cruz. Esta religiosa española que quiso dedicarse a los más pobres de nuestra sociedad y tratarlos como a los predilectos del Señor. Sus hijas, las Hermanas de la Cruz, siempre han gozado del reconocimiento y la gratitud de los más vulnerables, probablemente porque hayan percibido en ellas esta ternura y está misericordia propia de Jesús.
Hoy puede ser un buen día para agradecer al Señor el regalo de pertenecer a su Iglesia; también puede ser un buen día para escuchar de sus labios la misión que nos encomienda: seguir llamando a todos a participar del banquete de su amor; y por último también puede ser un buen día para no sentir que nuestro bautismo es tan solo un privilegio y empezar a entender que también es una responsabilidad.