Hace un par de semana tuvimos en la parroquia una espectacular conferencia sobre el libro del Apocalipsis, apoyando la explicación en la imaginería del arte cristiano de todas las épocas (los beatos siguen siendo la referencia mayor en esta materia). Me llamó la atención que la conferenciante, en casi una decena de ocasiones, indicara que el libro no es tenebroso, trágico, ni fatalista. Teniendo en cuenta el auditorio -gente convencida y a favor-, era evidente que quería manifestar el gran equívoco actual que lleva a introducir el Apocalipsis en unas coordenadas oscuras y trágicas. Tanta película de Terminator acaba por generar pandemias mentales sobre el juicio final. Una verdadera lástima, pues la victoria de Cristo y la derrota del mal deberían ser siempre una noticia esperanzadora.
Fue escrito con intención de dar aliento a los cristianos perseguidos, en aquél momento la práctica totalidad. Ante la dificultad, se llama a perseverar, a ser fieles, a no renunciar a Cristo. El premio de esa fidelidad es lo que manifiesta la lectura: el reconocimiento de Cristo, Señor de la Historia y la permanencia a su lado por toda la eternidad.
El número de los ciento cuarenta y cuatro mil (doce por doce, por mil) aparecen ya en el capítulo séptimo, acompañados de otra masa ingente, incontable de fieles. Llevan grabado el nombre del Padre de Cristo: son los hijos de Dios, son intachables.
El Apocalipsis fue escrito en tiempo de persecución para fomentar la fidelidad de los cristianos, muchos de los cuales sucumbían ante la prueba. Perseveremos en las luchas de cada día por hacer la voluntad de Dios y ser fieles en todo a Cristo.