A nuestros mayores se les explicó el juicio final como un día terrible. Ciertamente el lenguaje apocalíptico -hoy presente en las dos lecturas- se presta a una recreación dramática que, adornada convenientemente, puede resultar aterradora.
El día del fin del mundo, juicio final, apocalipsis, harmagedón o como quiera llamarse, constituye una verdad de fe, revelada por el Señor, que hay que saber explicar adecuadamente, porque esconde el sentido mismo del correr de la historia, su culmen y su plenitud. En realidad, el Juicio final da respuesta al deseo que todos tenemos de que se haga justicia verdadera, nítida, evidente, en un mundo en que no pocas veces brilla por su ausencia. Basta ver las noticias.
El Apocalipsis nos habla de ello: con la segunda venida de Cristo, toda maldad, toda persecución, toda idolatría quedarán desenmascaradas como lugares de mentira, pozos bien adornados y pintados en que muchos entran pensando ser el paraíso. En aquél día, quedarán en su hormigón desnudo como las cárceles que son… para toda la eternidad.
Que nos hablen de la ira de Dios (al final de la primera lectura) parece contradecir el corazón misericordioso de Cristo. Pero en realidad, también Jesús tiene ataques de ira cuando no se respeta el nombre de su Padre en su templo. De hecho, la ira por causas justas, en su justa medida y proporcionada, es un camino hacia el bien. Cosas de la vida: a veces no queda otro camino que la ira. Ciertamente serán ocasiones contadas, pero no se pueden descartar en nuestra lucha por defender el bien y la verdad. No me refiero a una ira cargada de pecado, sino a una ira llevada de la mano de Dios.
Si quieren robarte, si quieren manipularte, si quieren maltratar a tus hijos o matarlos, si quieren violentar a tu mujer… no hacer nada es no defender un bien evidente, valioso. Eso es lo que pasa en la cultura occidental: todo eso está pasando a la vista de todos, de modo evidente, y ahí está el jarabe democrático escondiendo el olor de la muerte: las redes sociales que manipulan, el aborto, la eutanasia, la pornografía, la agenda 2030… Ante nuestras narices, todo eso está pasando… y ¡occidente no despierta, no defiende nada, lo aplaude en su inmensa mayoría como algo bueno!
Pues bien: a Dios, en el juicio final, no le quedará otra que poner en evidencia a quien no quiere el bien, al malvado, al perezoso, al lujurioso, al injusto. Sólo esa misericordiosa violencia puede poner verdad y justicia en el mundo, que toca a su fin.