La lucha entre Cristo y el maligno ya sabemos cómo acaba. Pero esa victoria no es evidente ahora mismo en este mundo. Jesucristo es Rey del universo, como celebramos el domingo pasado; pero la Bestia sigue siendo el príncipe de este mundo, el eterno aspirante a rey que no tiene reino, aunque venda que tiene todo el poder.
Muchos luchamos por ser fieles al Señor; otros se han cansado; otros desertan de Cristo y se abandonan a la idolatría de la Bestia; otros directamente sirven a la Bestia.
Pero la victoria de Cristo no es evidente: no podemos hacer un vídeo para mostrarlo. Podemos dar testimonio de la belleza del amor, del servicio, como ha sucedido estos días en Valencia y en otros sitios que han recibido la visita de una desatada naturaleza. Pero luego nos olvidamos de ello con mucha facilidad. Lo que es evidente un día, al día siguiente lo olvidamos.
No está la victoria del bien y del amor ante los ojos del mundo entero. Pero el día del Juicio final eso es justo lo que pasará: ya no habrá dudas, el mal será bien feo -como lo es ahora, aunque venga disfrazado de bien- y nadie que ame la luz lo seguirá. Ese día, quienes hemos luchado por ser fieles a la luz, gozaremos a su calor por siempre.
Ese día cantaremos: «Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios omnipotente; justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos. ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santo y tus justas sentencias han quedado manifiestas».
Ese día, todo quedará de manifiesto. No habrá ya conjeturas, si dobles interpretaciones, ni tergiversaciones, ni falsos bienes que son en realidad males.