Siendo niño, cantaban en la iglesia lo que hoy dice Cristo: «Cielo y tierra pasarán, más mis palabras no pasaran» (bis), etc. Yo no entendía porqué las palabras de Jesús no podían pasar por la misma puerta que el cielo y la tierra. Me preguntaba porqué no hacían más grande la puerta y ya está. Ingenuidad de los niños, incapaces a esa edad de comprender lo que se refiere a la eternidad…

Penúltimo día del año. El Apocalipsis nos deja a dos capítulos del final, y tiene mucho contenido. Uno de ellos tuvo repercusión directa cuando se acercara el año mil de nuestra era. Se llamó milenarismo a quienes consideraban que el fin del mundo ocurriría en esa fecha. Hubo autores a lo largo de varios siglos que, apoyados en la literalidad del texto de hoy, creyeron que la fecha de caducidad de este mundo sería el año mil. Algo similar a lo que sucedió con el año dos mil o el dos mil doce (llegando a dar nombre a un taquillazo que recaudó 790 millones). Ni los ordenadores se volvieron locos, ni llegó el fin del mundo. Todo un bluff…

La numerología apocalíptica genera en espíritus superficiales un ansia incontrolada que aprovechan, como no podía ser de otro modo, los caraduras de verborrea infinita capaces de vender un Android a Timoteo Cocinero. Resulta llamativo la cantidad de sectas y grupúsculos que existen, llevados por unos pocos espabilados que saben manipular a las ovejas débiles. Tarde o temprano, se comprueba lo fatuo de sus planteamientos, puesto que nunca se puede jugar a tener el poder de conocer el futuro, y mucho menos de ser propietarios de las conciencias. De estas dos cosas, sólo el Señor.