THE BEGINING.
¡FELIZ AÑO NUEVO!
Con cada año litúrgico, la Iglesia nos introduce en la historia más grande jamás contada, la historia de salvación: la locura de amor que ha llevado a Dios a crear este mundo, a redimirlo por la cruz y muerte de su Hijo, y a glorificarlo en su resurrección, cuya gloria universal y definitiva se manifestará el día del apocalipsis, el juicio final, en el día del fin del mundo. ¡Qué maravilla ser testigos de tan grandes acontecimientos y participar en primera persona de ellos!
El final del año litúrgico que hemos tratado en los comentarios de esta semana nos está preparando para el día del juicio final, día de gloria y luz, día de resurrección y de vida, día de juicio universal y majestad divina manifestada con evidencia ante toda la humanidad y la creación entera. Y hoy, al comienzo del tiempo litúrgico, volvemos a recordar esta verdad de fe: el evangelio tiene un contenido apocalíptico, queriendo despertar en nosotros un deseo de participar en aquél glorioso día en primera fila y a grito pelao.
Pero al mismo tiempo, el adviento nos ayuda también a mirar al pasado: la primera venida. La profecía de Jeremías puede ser interpretada tanto para la primera venida como para la segunda, puesto que el protagonismo en este tiempo se da a las dos venidas de Cristo: una ya fue hace dos mil años; la otra será. Las dos son importantes.
La primera venida fue en humildad y anodadamiento. Su concepción fue desapercibida. Su nacimiento también: están en el escenario el buey y la mula (porque era su casa, el establo), los pastores (porque se les aparece el ángel), y los magos de oriente (porque se les aparece una estrella). Y se acabó. Fracaso total, gloria inexistente para los hombres, aunque los ángeles tenían una fiesta montada.
La segunda venida será en poder y en gloria, ante todas las miradas. No quedará desapercibida ante la humanidad. Su luz, su fuerza, su eternidad y su amor quedarán a la vista de todos. Ese día podremos hacer un vídeo de la gloria de Dios. Ya no tendremos que dar testimonio de lo que creemos, puesto que la fe se acabará. Comenzará la visión. Tampoco la esperanza, que dejará de tener sentido, pues poseeremos al Señor.
Eso es lo que pedimos tras la consagración: «Ven, Señor Jesús», en arameo maranatha. Justo después de la consagración, cuando ha venido Jesús eucaristía y estamos de rodillas adorando ese misterio insondable, nos levantamos y aclamamos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección», es decir, contemplamos su primera venida en los dos acontecimientos centrales. Pero terminamos diciendo «Ven, Señor Jesús» (Maranatha), porque aunque por la fe nos hemos puesto de rodillas, le pedimos que se manifieste en sus accidentes humanos, no sólo en la transubstanciación del pan y el vino. Dicho de otro modo: tenemos ansias de verle, de que su humanidad y su gloria resucitada sean evidentes a todo el mundo para que puedan contemplar la luz del rostro de Dios. La eucaristía sí, pero es un misterio de fe; por eso ansiamos algo más pleno para nosotros, que es la visión.
LA MANO DEL ADVIENTO (CINCO ELEMENTOS):
—Un color: morado
—Dos tiempos: hasta el 17 de diciembre y la infraoctava de navidad del 17 al 24.
—Tres venidas: su nacimiento; su venida sacramental en el presente; su venida en gloria el día del juicio final.
—Cuatro domingos.
—Cinco personajes principales: Isaías, Juan Bautista, San José, San Gabriel y la Virgen María.