Hay ganas ya de que llegue la Navidad. Y también se refleja en el evangelio de hoy, pues observamos como María, tras recibir el anuncio del ángel, se pone en camino de prisa. No se queda ensimismada en el misterio que lleva en su vientre, sino que actúa con prontitud y generosidad: va al encuentro de su prima Isabel, que también ha experimentado la acción de Dios en su vida. Este encuentro entre dos mujeres de fe, entre dos milagros que hablan de la fidelidad de Dios, desborda de alegría y de Espíritu Santo.

María lleva consigo a Cristo, la luz que empieza a irradiar desde el silencio de su vientre. En cuanto Isabel escucha su saludo, la criatura en su seno salta de alegría. La presencia de Jesús, aun escondido y pequeño, ya ilumina, transforma y hace renacer la alegría.

Hoy, la antífona proclama: “Oh Sol que naces de lo alto, resplandor de la luz eterna y sol de justicia: ven e ilumina a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte”. Jesús es el Sol que nace de lo alto, la luz que rompe la oscuridad, la esperanza que resplandece en medio de nuestras sombras. En el encuentro entre María e Isabel, vemos cómo esa luz comienza a brillar: el Espíritu Santo llena sus corazones y sus palabras se convierten en bendición y en alabanza.

¿Cuántas veces nosotros también habitamos en tinieblas? Tinieblas de miedo, de soledad, de desesperanza. Pero este evangelio nos recuerda que Cristo, el Sol naciente, viene a iluminarnos. Él viene a encontrarnos en nuestras montañas y valles, a llenar de luz los espacios donde nos sentimos perdidos. La luz de Cristo no es una luz lejana ni inalcanzable; es una luz que se acerca, que camina con nosotros, como lo hizo María al ir al encuentro de Isabel.

María, con su “sí” humilde y lleno de fe, se convierte en portadora de la luz. Su misión nos inspira: también nosotros estamos llamados a llevar la presencia de Cristo a los demás. ¿A quién puedo llevar hoy un “saludo” que dé luz y esperanza? ¿A quién puedo visitar, escuchar o acompañar con amor? Ser portadores de Cristo significa llevar alegría, paz y consuelo a quienes viven en sombras.

Isabel proclama: “Bienaventurada la que ha creído”. La fe de María es la puerta que permite a la luz de Cristo entrar en el mundo. También nosotros estamos invitados a creer, a confiar en las promesas de Dios, aun cuando no vemos todo claro. La fe es el camino por el cual la luz de Cristo puede transformarnos y, a través de nosotros, llegar a los demás.

¿Dejo que Cristo ilumine mis tinieblas? ¿Llevo su luz a quienes me rodean? Que terminando este tiempo de Adviento podamos ponernos en camino como María, llevando a Cristo a los demás, siendo testigos de su luz. Él es el Sol que nace de lo alto, el que disipa nuestras sombras y nos llena de verdadera alegría.