Estos días hemos asistido al fenómeno mediático global de los funerales de Isabel II, Reina de Inglaterra, a quien Dios tenga en su Gloria. Uno de los asuntos que nos ha tenido en vilo a los españoles ha sido el puesto que iba a ocupar el Rey emérito en el funeral de la Abadía de Westminster. ¿Se iba a sentar junto a su hijo, el Rey?, ¿lo pondrían en algún lugar más discreto, lejos de los focos, escondido, vergonzantemente?, ¿directamente no le deberían haber invitado?. Ha habido quienes se han inquietadao enormemente por estas cuestiones y se han escandalizado de ver al Rey en el funeral de su prima. ¿Cuál es el problema? Que no ha sido perfecto durante su vida, no ha dado buen ejemplo, ha cometido ilegalidades, pecados… si fuese por eso a lo mejor el funeral tendría que haber sido a puerta cerrada, sin gente, ¿quién está libre de pecado?. A lo mejor también habría que cerrar el parlamento español y varios ministerios, yo qué se. Si uno necesita ser impecable para poder ir a un funeral yo no espero a nadie en el mío.

Siempre hay quién se escandaliza de quién no es perfecto. Eso le pasó al pobre Mateo, que se escandalizaron de que Jesús le eligiese y se fuese a comer con él  a su casa. Pero Jesús le defendió. «No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos». Estas palabras no solo fueron buenas para Mateo, sino también para los que se escandalizaban, y para todos nosotros, ¿o es que nos consideremos perfectos?. Qué bien, Jesús podrá elegirme y venir a mi casa y sentarse a comer conmigo, a pesar de mis pecados, más bien por ellos… y a mi funeral podrá venir quién quiera.