Uno de mis filósofos preferidos es Descartes, pero siento desilusionarles, no es por la verdad del cogito o por el desarrollo matemático de los ejes de coordenadas o por la duda metódica, no, no, a mi, lo que realmente me apasiona de Descartes son sus dificultades para distinguir entre la vigilia y el sueño. Parece ser que la confusión le venía de su costumbre de filosofar acostado, especialmente durante su retiro en Suecia donde finalmente murió.

Más allá de lo anecdótico de la vida del filósofo francés, es cierto que muchas veces en la vida estamos completamente anestesiados, como dormidos, incapaces de reaccionar ante la realidad. Especialmente triste o fuerte resulta esto nos acontece en la perspectiva de fe, y hoy, el Evangelio nos pone en guardia ante esta situación.

En nuestra vida de fe, somos bastante de teorizar, incluso los sermones se ven salpicados de mucha «moralina» y de mucho consejito barato, que embota la mente y aleja de la realidad. Y no estoy diciendo que esto se haga con mala intención, todo lo contrario, se pretende espiritualizar todo separándose de lo cotidiano, perdiéndose en teorías y construcciones muy a nuestra medida que no tienen nada que ver con lo concreto del evangelio.

Perderse entre las ramas, y los formalismo es lo mismo que permanecer durmiendo, quedarse atascados en ellos supone perderse la vida, aprovechemos la invitación del Evangelio de Lucas que, en este sábado, nos invita, una vez más a abrir los ojos de la mente y del espíritu a la realidad, a no perderse en ensoñaciones que desvirtúan el Evangelio.