PRIMERA LECTURA
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón.
Lectura del libro del Deuteronomio 6, 4-13
Moisés dijo al pueblo:
«Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor s uno solo. Amarás, pus, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales.
Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra que había de darte, según juró a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob con ciudades grandes y ricas que tú no has construido, casas rebosantes
de riquezas que tú no has llenado, pozos ya excavados que tú no has excavado, viñas y olivares que tú no has plantado, y comas hasta saciarte, guárdate de olvidar al Señor que te sacó de Egipto, de la casa de esclavitud.
Al Señor, tu Dios, temerás, a él servirás y en su nombre jurarás».
Palabra de Dios.
Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi liberador. R.
Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. R.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu ungido. R.
Aleluya Cf. 2 Tim 1, 10
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Nuestro Salvador, Cristo Jesús, destruyó la muerte,
e hizo brillar la vida por medio del Evangelio. R.
EVANGELIO
Si tuvierais fe, nada os sería imposible.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 17, 14-20
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que, de rodillas, le dijo:
«Señor, ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo».
Jesús tomó la palabra y dijo:
«¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo».
Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte:
«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?»
Les contestó:
«Por vuestra poca fe. En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. Nada os sería imposible».
Palabra del Señor.
“Si tuvierais fe, nada os sería imposible”
El Evangelio nos presenta una situación típica de un padre que intercede por su hijo enfermo. Cuántos hijos que no tienen fuerza para caminar, sabiduría para pedir, viven la dificultad sin esperanza.
Se sumen en la tristeza, las adicciones, en soportar la vida más que vivirla, y son los padres quienes interceden ante Dios: “Señor, ten compasión de mi hijo.”
Hay momentos cuando produce más dolor para el padre el dolor del hijo que el suyo propio. Cuántos padres y madres repiten: “Si pudiera, daría mi vida por él. Ahora mismo me cambiaría. Hijo, si estuviera de mi mano…”
Cuántas veces surgen también el “¿En qué me he equivocado? No sé qué hacer con mi hijo. Ore por él. A pesar de todo es un buen muchacho.” Ante estas situaciones, oro de verdad, pues el dolor de unos padres muestra la dificultad por la que el hijo o la hija está pasando.
Reza el Santo Rosario. Pide por las niños que nacen cada día.
Querido hermano:
En la escena del Evangelio, los apóstoles habían intentado dar solución al padre que pedía por su hijo enfermo pero no habían podido.
Sin embargo, Jesús increpó al demonio, a la enfermedad, y el niño sanó. Entonces los apóstoles le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo nosotros?”
La pregunta de los apóstoles y la respuesta de Jesús es como si todo tuviera solución, tal como la esperamos.
La respuesta de Jesús habla de fe. Fe es creer, confiar y estar seguro de recibir, pero no olvides que la respuesta a las oraciones no siempre es sí; también es «no» y «todavía no».
La puerta que abre la misericordia de Dios es la fe pero esa misma fe se convierte en fortaleza cuando enfrentamos la situación. Recuerda que la fe no siempre nos libera; hay momentos donde nos sostiene.
Cuántos padres y cuántos hijos han clamado en este tiempo a Dios. Dile a Dios que tu fe sea como un grano de mostaza y no olvides que es el Dios.
Señor ten compasión de nosotros Tus hijos, y envíanos al espíritu Santo, para que aumente nuestra Fe, para que nos ayude a entregarnos a hacer el bien a nuestros hermanos, y para que nos pongamos al servicio de Tú iglesia. Padre Santo lleno de bondad, aleja de nosotros toda tentación y todo pecado, y concédenos la gracia de decir la verdad y hacer el bien.
Dios mío, mi señor, te ruego aumentes mi memoria y me ayudes a poner todo mi empeño y mi voluntad en recordar todos los días que tú eres el único Dios y fuera de ti no hay otro Dios, que no ponga yo esperanza alguna en los hombres, ni en alguna otra cosa que no seas tú, que busque incesantemente tu amor, como el sediento busca el agua, que seas tú mi testigo ante la acusación de mi enemigo y brille tu luz como el fuego en la noche.
Dios mío tú eres mi castillo inexpugnable, únicamente en ti hallo refugio ante el ataque despiadado del enemigo.
Mi Señor Jesús, ten misericordia de mí y dame fe, para que no ponga en duda la autoridad sobrenatural que le has dado a tus ministros sobre el poder de las tinieblas, sobre el poder los espíritus malignos que andan disperso por el mundo para la perdición de las almas de tus hijos. Amén.
A Jesús, que todo lo puede, se le pide todo. No se olviden de esto. A Jesús, que todo lo puede, se le pide todo, con mi insistencia ante Él. Él está impaciente por derramar su gracia y su alegría en nuestros corazones, pero lamentablemente somos nosotros los que mantenemos las distancias, quizás por timidez, flojera o incredulidad. Muchos de nosotros, cuando rezamos, no creemos que el Señor pueda hacer el milagro. Me acuerdo de aquella historia —que he visto— de aquel papá al que los médicos habían dicho que su hija de nueve años no iba a pasar de la noche; estaba en el hospital. )
Tomó un autobús y viajó setenta kilómetros hasta el santuario de la Virgen. Estaba cerrado, y aferrado a las rejas, pasó toda la noche rezando: “¡Señor sálvala! ¡Señor, dale la vida!”. Rezaba a la Virgen, toda la noche gritando a Dios, gritando desde el corazón. Luego, por la mañana, cuando regresó al hospital, encontró a su esposa llorando. Y pensó “ha muerto”. Y la esposa le dice: “es incomprensible, no se entiende, los médicos dicen que es algo extraño, parece curada”. El grito de este hombre, que pedía todo, fue escuchado por el Señor que le había dado todo. (Francisco, Ángelus, 24 octubre 2021