Habría que hacer un poco las veces del director de cine Chritopher Nolan con nuestras lecturas del Evangelio, ¿por qué no?, quizá sea la mejor manera de poner en primer plano los matices. A Nolan no le gusta contar las cosas de cabo a rabo, juega con el espectador para conducirlo como un Virgilio por el bosque de la trama, cambia los órdenes preestablecidos por los relatos clásicos, repita, subraya… Hoy podríamos hacer una lectura sumaria y quedarnos solamente con que el Señor realizó el milagro de la multiplicación de los panes y los peces delante de mucha gente, y punto. Pero hay mucha información relevante en lo que dice Mateo.

Quizá lo mejor está al principio, porque el Señor no se levantó aquella mañana dispuesto al milagro después de una conversación con el Padre. Al leer despacio el Evangelio, vemos que el Señor viene sin programa, no preparaba ninguna actuación. Se va a un descampado, a un sitio desierto, quizá a estar solo o a descansar con los suyos, no se nos dice nada. De repente mira en torno y ve que se agolpa mucha gente llena de enfermedades. Entonces en el Señor se produce un milagro que en toda la literatura pagana no aparece en boca de los dioses: se siento profundamente conmovido por el ser humano. Digo que es un milagro, porque no está de Dios conmoverse, en la literatura clásica los dioses iban a lo suyo y tenían su territorio al otro lado de la contingencia humana. Sin embargo, Cristo tienen lástima del hombre y rompe la frontera entre la eternidad y la caducidad. Desde la Encarnación del Hijo de Dios, ya todo es ocupación divina.

Y se hizo tarde, lo cuenta Mateo. El Señor se toma su tiempo con nuestras calamidades. Y entonces viene ese milagro mayúsculo que desde los orígenes de la Iglesia fue pasando de boca en boca, también los artistas paleocristianos lo dejaron bien grabado en la roca de las catacumbas, para que nadie se olvidara de que a Dios le preocupan nuestras carencias. O sea, la actitud que nos enseña el Señor es que amar como él ama supone sentirse interpelado por la debilidad ajena, no es otra cosa nuestra fe. Todo empieza por estar a la escucha, por saber dónde mirar. Esta mañana he visitado el monasterio de Poblet por segunda vez en mi vida, pero en esta ocasión había un vídeo introductorio muy interesante. Llega el turisteo a un salón, se cierran las puertas y en la pantalla enorme aparecen unas imágenes bellísimas que dan cuenta de la belleza de lo creado. Se van superponiendo en cuatro idiomas las preguntas propias del sentido religioso, ¿por qué estoy aquí?, ¿qué debo hacer en el mundo?, ¿todo se termina? Es decir, la comunidad del císter nos invita a entrar en una disposición espiritual sin la cual no entenderíamos ni el claustro ni el hermosísimo retablo.

No podemos dejar que las cosas sigan su cauce, hay que hacer un ejercicio deliberado de atención, de estar a la escucha, de mirar la boca de la gente para oír sus necesidades, de engrandecer nuestras aspiraciones. O si no, nos perdemos a Dios.