¿Por qué necesitamos la fe cristiana? Porque de otra manera alcanzamos felicidades mucho más pobres, y además ni siquiera llegaríamos a entendernos. Hoy el Señor dice que si no damos la vida, la perdemos. Es una frase brutal , acompañada, además, de la poderosísima imagen de una semilla sin enterrar. Pero la entendemos en seguida cuando investigamos la naturaleza del amor: si no entregamos el corazón de una forma definitiva, el corazón busca consuelos pobretones y acaba pudriéndose.

Estos días vivimos la fiebre del “casi algo” sentimental, jóvenes que inician una relación amorosa con una pareja con la que no se comprometen a llevar adelante la aventura de una entrega sin puertas de atrás. Cuando ocurre la ruptura previsible, todos ellos terminan en terapia. Es el concepto de moda: el “casialguismo”, un espanto de palabro por otra parte. Tener un poquito de amor, pero no todo, pero no demasiado, pero sin pasarse. Sin embargo, el cuerpo humano está diseñado para morir por alguien. Por eso, la burbuja de las hormonas se pone en funcionamiento en todo el proceso de la relación, como un tropel de niños a la salida del colegio. Lo que ordinariamente denominamos mariposas en el estómago, el enamoramiento en primera instancia, el amor de los primeros brotes, desencadena la dopamina, que es la misma que se activa con la droga y los jugos de azar. Es como si la ilusión de abordar una relación estuviera mirando ya hacia el futuro, no sólo al instante. Luego aparece la oxitocina, la hormona del abrazo, de la caricia, de la proximidad. Y desde luego aparece la prima donna de las hormonas, la serotonina, la que llaman hormona de la felicidad. La que nace de la sensación de que la presencia constante de quienes se aman garantiza un vínculo y una seguridad. Toda esa química divina, porque Dios la puso en marcha, nos habla de la profundidad abisal del amor. Por eso, toda ruptura de la relación produce una quiebra química en el interior del organismo, que se rebela ante las puñaladas.

Quien no muere a sí mismo no da a luz al bebé, no construye amistad, no hace poesía ni música, está quieto e improductivo. Quien se elige a sí mismo trapichea con la vida buscando placeres, y pide que le dejen todos en paz. Hace como el otro personaje del Evangelio, que esconde su talento y ni siquiera lo pone en el banco para que dé intereses. La oración de quien no muere, es la oración que busca sólo silencio y encontrarse con el yo interior. La oración de quien muere, es la que permanece a la espera de Dios y no tiene miedo. Qué profundas las palabras del Papa en Lisboa a propósito de permanecer a la espera de Dios: “tenemos que llevar todos nuestros interrogantes en el momento de rezar, porque esas preguntas se irán respondiendo con la vida, y sólo tenemos que esperarlas”.

Qué confianza más grande la de un cristiano que sabe que su vida no depende de los propios diseños, sino que va entregándose cada día con alegría, y la vida le va dando las respuestas que vienen del mismo Dios.