Me hace gracia que haya gente que te diga, jo, que suerte tienes de que tengas fe, ya me gustaría a mí tener una pizca de esa fe para dar sentido a la vida. Te lo dicen como si la fe fuera el don que regala un dios caprichoso a quien le da la gana, y a quien no la reciba que se aguante y padezca. Menuda definición de Dios tan minúscula. Quizá el gran problema a la hora de progresar en nuestra vida espiritual es que, sin darnos cuenta, podemos estar a la escucha de una caricatura de Dios, pero no de Dios en persona. El diablo intentó convencer a nuestros primeros padres de que Dios era un ser independiente, autosatisfecho, que hace lo que le da la gana, como un niño consentido. Y los primeros padres picaron. Esa definición sigue entre nosotros, aparece en canciones de verano y en comentarios ordinarios, puf, ahora mismo estoy como dios, como queriendo decir, estoy satisfecho, tengo todo el placer que quiero y hago lo que me da la gana.

Pero volvamos a la fe. La fe es un don de Dios, claro que sí, es el regalo de Reyes que no se espera, pero sólo alcanza al alma que abre una rendija de su casa a la posibilidad del encuentro, si no hay esa apertura, el encuentro no sucede. Pasa como en la vida de relación, si no vas a casa de los Martínez a comer, te pierdes su arroz a banda. Si creo que la fe es que Dios me va a solucionar la vida a base de milagros, nunca podrá entrar, porque no es el fontanero que viene a arreglarte las humedades. Este es el problema de haber alimentado la creencia en un dios de ficción. La vida espiritual no es tener resueltos mis problemas porque los he puesto en manos del operario virtuoso, sino creer que vivimos de Él y con Él, y que yendo a nuestro lado va a crecer nuestra generosidad. Y entonces uno comienza a abrirse de par en par, crece un entusiasmo real, la propia identidad se hace grande como el tomate en la mata, y se atisba la felicidad.

Al Señor le venían todos con sus ruegos, y se atropellaban a su alrededor a empujones. A Él no le molestaban las peticiones, pero no quería que le confundieran con el fontanero. Cuando el Señor habla de sí mismo dice que es el camino, la verdad y la vida, es decir, sólo quien quiere ser cristiano, que significa de Cristo, tiene que vivir con Él, improvisar su vida con Él, dirigirse a diario a Él, preguntarle, disfrutar con Él, reconocer su presencia. Eso quería el Señor, la conversión, no el apaño.

Sólo piensa una cosa, vives de una fe natural con una frecuencia que ni te imaginas. Te fías del piloto, más bien de los controladores aéreos, cuando coges el avión para pasar tus siete días en Sicilia. Te fías de que tu niño haga bien las cosas cuando lo mandas al campamento de verano, de que no le de por romperle la crisma a los compañeros de tienda de campaña. Te fías de la fecha de caducidad del yogur, del taxista que habla demasiado y parce no estar atento a los semáforos, de la hamaca que te han puesto los nietos en la terraza. Pero a la posibilidad de que Dios se quede a vivir contigo ya le pones pegas. Vale, lo dejamos en que te venga a hacer reparaciones, pero luego no te lamentes de tu infelicidad.