La encarnación del Verbo, el ocultamiento de la naturaleza divina por su manifestación perfectamente humana, tiene algunas consecuencias terroríficas, como la del evangelio de hoy: Aquél que todo lo ve, todo lo puede y todo lo sabe ¡es espiado! ¡Podemos espiar a Dios!

El espionaje ha encontrado hoy medios contundentes como no imaginó Orwel en su famosa novela que da cumplida satisfacción a quienes desean llegar al plenipotenciario poder de controlar a las personas a costa de su inocencia. Inocencia porque sin muchos conocerlo, hoy todos somos espiados. No me refiero a la implantación de sistemas de videovigilancia por doquier, sino a la máquina de espionaje profesional que llevamos todos encima de modo consentido y, encima, pagando por ello, que eso es el móvil (a eso me refiero con lo de inocencia). ¿Os arcodáis del Nokia 3310? Yo pagaría por volver a esa tecnología, aunque reconozco que no podría tener un flujo de trabajo tan grande como ahora con el smartphone.

El teléfono es un micro. También una cámara. También una ventana a tus gustos, preferencias, costumbres… A lo largo del día hablas, llamas, pones mensajes, usas internet, usas aplicaciones, haces gestiones, transferencias… Entramos en la era de los controles de voz… ¡Hasta la tele va guardando tus preferencias! Tu vida queda a plena luz, aunque no quieras. Hablando un día con un ingeniero de telecomunicación sobre estas cuestiones, me dijo que para que no hiciera nada de eso, deberíamos llevar el móvil (así seguimos llamando a un «teléfono» que es ya todo un CNI de bolsillo) apagado. En fin. Nos toca vivir momentos peculiares. Tiene su grandeza la tecnología pero, mal usada, nos provoca la ruina: la tecnología es un buen siervo, pero un mal señor.

¿Podemos espiar nosotros a Dios? ¿En serio? ¡Ya quisiéramos! Confieso que esa tentación de espiarle no la he tenido. Pero alguna vez sí se me ha pasado por la cabeza: «Ojalá tuviera los ojos de Dios para ver todo lo que se me oculta». El Señor es aparentemente espiado, al menos hoy en el evangelio lo es. Pero el caso es que Él sabe todo de todos y no nos espía. No es su deseo ni su intención: ve nuestra vida con total transparencia, como queda hoy plasmado: «Él conocía sus pensamientos».

Aprendamos del Señor a no espiar, ni siquiera el deseo de hacerlo. Por contra, seamos personas de oración profunda que interceden por los demás, ofrecen con espíritu de servicio su mejor sonrisa y desean siempre el bien de todos.