Jesús se retira con sus discípulos, pero la muchedumbre, empeñada en estar con él, le siguen. En varias ocasiones recogen esto los evangelistas. Quizás el Espíritu Santo quiera enseñarnos la necesidad de buscarle y fomentar el deseo de estar con Él, dejarle que nos enseñe con sus palabras, que nos llene de esperanza y nos consuele. Y buscarle juntos. Paralelamente, también es una escena repetida en los Evangelios, busca la colaboración de sus discípulos para poder llegar a todos y que no se “estrujen” e impidan a más personas oír su voz y ver su rostro.

Comenzamos hoy la semana de oración por la unidad de los cristianos, que este año nos propone como centro de nuestra reflexión y oración el lema “Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Lc 10,27). Nos puede suceder, como en tantos otros temas, que terminemos pensando: ¿qué puedo hacer? Esto es cuestión de las altas jerarquías de las Iglesias. Sin embargo, no es verdad. A todos nos afecta la división entre los cristianos. Es necesario cambiar de mentalidad y descubrir como algo propio el dolor de la separación. Todos estamos incluidos en la oración de Cristo pidiendo por la unidad de todos sus discípulos: “Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17,11). La clave es la oración, por ello la Iglesia entera estaremos juntos rezando al Señor por la unidad de los cristianos. Este año la Subcomisión Episcopal para las Relaciones interconfesionales y Diálogo interreligioso aporta diversos recursos para su celebración. Una de las novedades de este año es SOUC, una APP para rezar cada día de la Semana de Oración por la Unidad (https://www.conferenciaepiscopal.es/semana-de-oracion-por-la-unidad-de-los-cristianos-2024/).

Pidamos desde ahora al Espíritu Santo que suscite en cada uno ese deseo de verle y oírle, de “tocarle” como esa multitud, sin perder la perspectiva de que cada vez que comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre en la Comunión, hacemos mucho más. Así, del trato de intimidad con Jesús, seremos verdaderos instrumentos de unidad en todos los ambientes en que nos movamos, porque el autor de tal unidad es Dios mismo. Como nos recuerda San Juan Pablo II, “la comunión de los cristianos no es más que la manifestación en ellos de la gracia por medio de la cual Dios nos hace partícipes de su propia comunión, que es su vida eterna” (Encíclica “Ut unum sint” 9).

“Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros. La unidad es don de Dios, fruto de la oración de Cristo, que pide al Padre: “guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros”, “que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí”. Don que debemos pedir y disponernos a acogerlo. Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades, espiritualidad de la comunión que nos capacitará para mirar a quien tengo frente reconociendo en él la luz de la Trinidad en su rostro, sintiendo al otro como algo mío, sabiendo compartir sus alegrías y sus sufrimientos (cf. Juan Pablo II, Carta “Novo Milenio” 43).

Hay mucho campo para cambiar de mentalidad, para convertirnos a la unidad. Pidamos a Nuestra Madre del Cielo que nos ayude en ese camino de ser vínculo de unidad con todos.