La Pascua nos impulsa a la misión. El gran mandato de Jesús es que todos los bautizados nos convirtamos en discípulos misioneros. Juan Pablo II decía: “La fe se fortalece dándola”. Y es cierto que un signo de madurez en la fe es encargarnos de hacer crecer la fe en los demás. Desde el bautismo somos todos sacerdotes, profetas y reyes. La dimensión profética que nos otorga el bautismo la desarrollamos cuando nos convertimos en lectores de la actualidad desde la fe. Desarrollar una mirada creyente de lo que vivimos, de los signos de los tiempos para convertirnos en testigos de las acciones salvadoras de nuestro Dios. Y ayudar a los demás a que tengan esa misma lectura de la obra de Dios. Es de agradecer todas las iniciativas que desde diferentes ámbitos de la Iglesia vemos desplegarse. La cantidad de laicos que se están formando en Escuelas de Evangelización. Los retiros de fin de semana en las diferentes versiones y sensibilidades. La renovación de los cantos y de los espacios de oración y contemplación. El aprovechamiento de las Redes Sociales para que se conviertan en plataformas de transmisión de la fe.

La Iglesia lleva XXI siglos intentando responder al mandato del Señor resucitado de ir al mundo entero a proclamar el Evangelio. El mundo entero no es solo una cuestión geográfica, sino existencial. El Evangelio debe llegar al mundo entero de nuestra vida. A nuestra vida completa, esto es a mi vida laboral, familiar, afectiva, al ocio, a la economía. No podemos meter el Evangelio en el cajón de la mesilla y solo sacarlo los domingos al ir a misa. Ser creyente ilumina todos los aspectos de mi vida. Cómo trato a los demás. Como acojo o rechazo. Cómo hablo de los otros los bendigo maldigo. Como deseo y comparto. La vida misionera la asociamos a fotos en países del tercer mundo, pero esa es una visión muy sesgada de la misión. Llegar al mundo entero de la infancia, de la adolescencia, de la juventud, de la adultez. Acompañar la ancianidad de nuestros mayores para su próximo encuentro definitivo con el Señor. La misión es muy extensa y variada. Que cada uno de nosotros nos pongamos delante del Señor y le podamos decir con sinceridad: “¡Aquí estoy Señor envíame!”

Pidámosle al dueño de la mies que todos los que ya estamos en su viña nos sintamos obreros de esa mies. Comenzando por lo más cercano. Por nuestro metro cuadrado de influencia. La misión en algunos casos es viajar a un país lejano, pero para la mayoría de nosotros, la misión comienza por abrazar la realidad que nos rodea, las personas, las situaciones que vivimos y esforzarnos para construir en Reino de Dios en medio de esa realidad. Que así sea.