“Os repito, jóvenes, que sois fuertes y que la palabra de Dios permanece en vosotros, y que ya habéis vencido al Maligno”. Más de una vez el Papa ha utilizado estas palabras para espolear las conciencias de los jóvenes y lanzarles un reto, el reto de amor de hacer de Dios el centro de sus vidas. Porque a los jóvenes no hay que adularlos, sino exigirles. Es el reto de ponerles frente a lo que son: fuertes y capaces de amar, y exigirles que estén acordes con esa condición suya.
Juan sabía bastante de esto ¿Cuántos años tendría cuando se cruzó con el Señor? Sería poco más que un adolescente imberbe y quedó deslumbrado. La pasión le desbordaba por dentro. Sentía bullir en sus venas, como todos los jóvenes, las ganas de vivir, un afán noble de abrazarse a los grandes ideales, el entusiasmo por enfrentarse con valentía a las dificultades.
Sin embargo, ¿es ése el “retrato tipo” del joven actual? ¿Se da cuenta la juventud, y los que no son tan jóvenes, de ese mundo abierto que guardan en su interior, se dan cuenta de que son verdaderamente fuertes? ¡Cuántas veces vemos a jóvenes que parecen haber envejecido a destiempo, muchachos que acaban por agotar el elixir de la vida, porque exprimen como un limón todas sus posibilidades sin sacarles su esencia. ¿Qué ha ocurrido? “El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. Parece que estas palabras del Señor hubieran perdido fuelle.
“El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”. El Niño-Dios quiere someterse a las leyes de los hombres, a la bendita normalidad del crecimiento humano.
La fuerza interior vence al Maligno y pasa ineludiblemente por hacer que crezca Dios en nosotros. Y eso a través de esa bendita normalidad de hacer lo que hay que hacer. Hay que hablar a los jóvenes de normalidad, y hay que hacerlo desde las familias, y desde el propio ejemplo.
La bendita normalidad de lo cotidiano es una aventura apasionante donde se fraguan no ya los héroes, sino los santos. Y hay victorias, que saben a gloria
La Virgen nos ayuda a vencer en las audacias santas, en esas entregas calladas, que son la trama con que se construye la vida.