San Juan 3, 11-21; Sal 99, 1-2. 3. 4. 5; San Juan 1, 43-51

“No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos”. El otro día estuve comiendo con Alfonso, un compañero sacerdote. Como siempre, hablamos de todo; pero quizás, esta vez nos paramos un poco más en consideraciones hondas. Incluso nos preguntamos por qué tuvo que esperar Santa Teresa de Jesús cerca de cuarenta años para entender lo que era la unión con Dios. Concluimos que, como siempre, la piedra de toque sigue siendo el mundo: da la impresión de existir una predisposición negativa, un odio larvado en el ambiente, que se bate a muerte contra los que buscan sinceramente a Dios. ¡Sí!, es cierto que en todas las épocas han existido sombras y persecuciones, pero tal vez ahora sea más sutil. La sombra de lo “políticamente correcto” se impone como “dogma” irrenunciable, y todo lo que no sea consensuado ideológicamente no interesa y, por eso mismo, es perseguido.

“Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios”. Teresa de Ávila suspiraba, ya desde jovencita, por ir al Cielo porque allí sería feliz “para siempre”. Hoy día, cuando hablas de las realidades escatológicas (el cielo, el infierno o el purgatorio), te miran de reojo, como a un bicho raro, y aseguran que estás anclado en la Edad Media. Hemos perdido el gusto por lo sobrenatural, creyendo que aquí, entre las realidades terrenas, encontraremos la piedra filosofal. La fama, el dinero fácil, el poder… asoman sus narices apoderándose del corazón del hombre, e invitándole a que no entre en otro tipo de consideraciones. En definitiva, nos hemos cargado la conciencia del ser humano, sustituyéndola por las “noticias” de la televisión, o la sonrisa de la astróloga de turno, que nos augura un nuevo año de bienes si confiamos en sus “cartas”.

“Has de ver cosas mayores. Y le añadió: Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”. Una vez más, mis conversaciones con Alfonso terminan en alguna consideración espiritual. Dios puede más, Cristo ha vencido al pecado y la muerte, se trata de tener paciencia y vivir en la confianza del “saber esperar”. Cuando Jesús asegura a Natanael que “verá cosas mayores”, no alude a que va triunfar en el mundo y que la gente reconocerá su valía, siendo adulado por todos. Más bien, y éste es el lenguaje de Dios, hace referencia a lo que tendrá que sufrir por su nombre en el mundo, quizás muriendo mártir, y que la única recompensa la tendrá viviendo de Dios, y viendo a Dios en todo, ya aquí en la tierra y después viviendo de Dios, y viendo a Dios, sin velos, cara a cara, definitivamente en el Cielo. ¿No fue esa misma visión la que tuvo el protomártir San Esteban cuando fue lapidado?

Y todo esto no es pesimismo, ni “¡qué duras son las cosas!”; todo lo contrario: si aprendemos a poner el corazón en Dios, lo que tú hagas, pienses o digas, tendrá un valor muy distinto al que puedas obtener por el reconocimiento de los hombres. ¡Sólo Dios basta! – decía, una vez más, Santa Teresa-, y en esa afirmación gozosa también se encuentran encerrados todos tus afanes humanos: familia, trabajo, amigos, diversión… la única diferencia, es que con Él todas esas cosas pueden hacernos muy felices. Verás cosas mayores.