Samuel 24, 3-21; Sal 56, 2. 3-4. 6 y 11 ; San Marcos 3, 13-19

Hoy es viernes, preludio de descanso para muchos y la primera lectura nos deja todo preparado para hacer un poco de teología marrón, pues hoy podemos colegir de ese intrincado mundo que es la monarquía y las casas reales, con tantas reservas y misterios, que “los reyes también tienen apretones”. Ciertamente la corte del rey Saúl no tendría ningún parecido con la fastuosidad de la corte francesa de Luis XIV, pero ricos o pobres, antiguos o modernos, los reyes, digámoslo finamente: tienen que dar salida a lo que previamente ha entrado. Por mucha fibra que pongas en tu dieta, muchos bífidus activos que ingieras, seas noble o plebeyo, en cualquier momento te puede venir un apretón. Hay apretones en falso, o sea, mucho esfuerzo, mucho ruido y pocas nueces. Hay apretones eternos, que son como un parto sin epidural, y apretones repetitivos que vuelven una y otra vez a la carga cuando parecía que todo había acabado. Debe haber tantos tipos de apretones como personas e incluso más, seguro que todos podríamos contar un gran abanico de posibilidades. Pero sin duda pocos tan vergonzantes como el apretón de Saúl que le llevó a hacer sus deposiciones en la casa de su enemigo. Ya se puede comprender que toda la dignidad se pierde cuando alguien es testigo de tu lucha contra el intestino; el porte, la pose se descompone (nunca mejor dicho) en esa lucha interna contra el peor enemigo que suele ser uno mismo y su vientre, ¿cómo obedecer la voz de mando de alguien a quién has oído hablar por el… “tubo de escape”?. No es extraño pues que, ante esta situación, los hombres de David le animen a que saque partido de esa debilidad del rey: “Este es el día que te dijo el Señor”. Si hubiera hecho eso David también la hubiera “fastidiado” (la palabra es otra, ya me entiendes), porque descubrir la debilidad del otro no da derecho a atropellarlo. Eso es lo que honra a David: “Dios me libre de hacer eso a mi señor, el ungido del Señor.”
Todos, en la Iglesia y fuera de ella, somos humanos; tenemos nuestras debilidades pero no podemos usarlas para hacernos daño. No podemos airear la vida de los demás impunemente, ni creernos libres de “caer en tentación” como si no existiese el pecado para nosotros. Recuerda que seguimos en la semana de oración por la unidad de los cristianos, no seas como esos “impecables” que parece que no usaron pañales de pequeños y que en el cuarto de baño de su casa han puesto un vivero de bonsáis pues no les hace falta para “lo demás”. Mientras tanto ellos se dedican a airear las debilidades de los cristianos o buscan la diferencia en el pecado que es común a todos los hombres excepto a Cristo y a su madre la Virgen. Jesús conocía las debilidades de Pedro, de Santiago, de Juan, de Felipe, de Tomás, hasta de Judas pero a todos les ofrece su misericordia, su palabra, su llamada a ser apóstoles pues él es el “Dios que hace tanto por mí”.
Trata a todos como a hijos de Dios, como verdaderos hermanos, tapa sus vergüenzas y ayúdales a que las presenten ante el Señor que es el único entrañablemente misericordioso. Encamínalos a la Virgen que, como madre buena, no se va a escandalizar de “esas cosas” y no seas rencoroso pues tal vez acabes, al final, metiéndote en el baño del enemigo a para dar salida a la pobreza de tus miserias. Fin de la teología marrón.