Samuel 7, 4-17; Sal 88, 4-5. 27-28. 29-30 ; San Marcos 4, 1-20

El monitor de mi ordenador ha decidido tener vida propia y es él quien decide cuando se apaga, cuando está harto de trabajar y cuál es la hora de dedicarse a otras labores. En estas condiciones es difícil trabajar y, a los que no sabemos mecanografía, escribir sin ver la pantalla es una tarea de chinos (que deben hacer siempre cosas muy laboriosas o complicadas). He estado tentado de copiar y pegar directamente el Evangelio de hoy, ¿para qué hacer un comentario cuando es el mismo Señor quien lo hace?: “¿No entendéis esta parábola? ¿Pues cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra …”. Con un par de “clicks” me hubiera ahorrado el estar pendiente del estado de ánimo de mi monitor.
“Escuchad”, así comienza la parábola. ¿Qué complicado nos resulta escuchar hoy en día?, hay tantas cosas, tanto ruido, tantas prisas. Cuando alguna noticia no nos gusta cambiamos de cadena, movemos el dial o ponemos un “CD” de Alejandro Sanz que en el fondo “no es lo mismo”.
“El que tenga oídos para oír, que oiga”, así termina la parábola. “Escuchad” ,“oír”, es necesario para el cristiano tener momentos a lo largo del día para escuchar al Señor. Es cierto que se puede hacer oración en cualquier sitio, en el metro, en el coche, en la cola de la pescadería pero… entonces nos pasa como a mi monitor, la cabeza, la imaginación, los pensamientos se suelen descentrar de la Palabra de Dios y, aunque tengamos intención de rezar se apaga nuestro interés y terminamos pensando en el precio de la merluza, en cuántas estaciones tiene la línea 9 o por qué no irá más rápido el automóvil que nos precede. Tenemos que buscar momentos concretos a lo largo del día para escuchar al Señor y, si puede ser delante del sagrario, mejor que mejor. Hay muchas parroquias que muchas horas del día están cerradas, tal vez tengas que dar tú el paso de comentarle al párroco la posibilidad de abrir unas horas más para facilitar la oración, no debemos dejar que el miedo a los robos haga que le robemos al Señor la adoración y el cariño que merece al quedarse con nosotros en la Eucaristía. Una vez que hemos conseguido el momento y el lugar, a escuchar. Descubrirás que Dios te habla muchas veces al día, que te explica los acontecimientos de tu vida tan claramente como la parábola y que vas dejando que la Palabra de Dios caiga en tierra buena y, sin saber cómo, empieza a dar fruto que jamás imaginaste. Es necesaria la constancia, limpiar el campo de nuestra vida, arrancar las zarzas, retirar las piedras, roturar el campo, tarea que parece inacabable pero… no hay que agobiarse, como es el Señor el que trabaja en nuestra alma es realizable y cuando te quieras dar cuenta empezarás a dar fruto (aunque tú no lo recojas).
Aprovecho que el monitor ha decidido dejarme escribir un rato pero, antes de que se acabe esta racha de buena suerte, déjame aconsejarte que tengas siempre a mano los Evangelios, léelos frecuente y diariamente, para escuchar así la Palabra de Dios, conocerla y entonces- como María- darás fruto.