Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97, 1. 2-3ab. 3c-4 ; San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12; San Lucas 1.26-38
“Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí”. Durante estos días, cercanos a la Navidad, vivimos en España momentos un tanto desconcertantes. Por un lado (dicen que con motivo del día de la Constitución), se han producido una serie de atentados terroristas (a Dios gracias sin víctimas graves), y que dan que pensar acerca de las consideraciones que algunos tienen sobre la convivencia y la libertad. Por otro lado, uno sigue observando ciertos ataques sistemáticos contra la Iglesia, y que, una vez más, entra en juego lo que se malentiende con la noción de libertad.
Curiosamente, y al hilo de la lectura del Génesis, todo lo que allí ocurrió (con, o sin serpiente… con, o sin manzana), fue el puro ejercicio de la libertad. Cuando se llega a absolutizar ese concepto, corremos el peligro de no saber de qué estamos hablando, ni a quién pertenece. El libre albedrío, que nos capacita para elegir aquello que más nos conviene, nada tiene que ver con hacer lo que me de la gana, sin tener en cuenta que es algo recibido gratuitamente (uno de los mayores tesoros, sin duda), y que dignifica a todo ser humano. “Tener capacidad” nunca se identifica con lo absoluto, porque lo absoluto sólo se encuentra en Dios, que es, por otra parte, de quien hemos recibido el don de la libertad. Somos, más bien, administradores de grandes dones recibidos, y que han de ponerse al servicio de un bien mayor: llevar a termino la obra creadora de Dios.
La historia de Adán y Eva no es un cuento para asustar a los niños, o para distraerse con cuestiones mitológicas. Es la historia personal de cada uno de nosotros, que nos certifica la necesidad de poner nuestra vida en manos de Aquel de quien la hemos recibido. Dios, que nos ama más allá de lo imaginable, desea ser amado libremente, y sin obstáculo alguno, de ahí ese don preciado de la libertad. Cuando alguien se enamora busca ser correspondido, no a punta de pistola, sino con un acto generoso de entrega… y sin condiciones.
El terrorismo es lo más radicalmente contrario a libertad. Intenta coaccionar con las armas el derecho sagrado a la vida, además de subyugar la libertad de aquellos que no piensan con determinado tipo de ideologías. Los ataques a la Iglesia, sin ser atentados contra la vida, atentan la libertad de expresión y el derecho a la enseñanza religiosa que, en el caso de España, una gran mayoría reclama, no sólo como cuestión de conciencia, sino como un derecho fundamental constitucional que exige ser respetado.
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Hoy celebramos la Inmaculada Concepción, además de conmemorar el 150º Aniversario de la Proclamación de dicho dogma. Nos alegramos junto con el Ángel Gabriel que anunció a María lo que Dios le tenía reservado. Dios esperó el “sí” de la Virgen, y no podía actuar sin contar con la libre disposición de quien estaba llamada a ser Madre del Altísimo. Es el mejor ejemplo de cómo, una mujer humilde y sencilla, pero con una capacidad inmensa para amar, fue capaz de colmar todas las expectativas humanas con su fidelidad y correspondencia. ¡Cuántas gracias hemos de darle por el mayor bien que nos alcanzó para cada uno de nosotros! A pesar de nuestras personales limitaciones, también estamos destinados a realizar grandes prodigios si somos capaces de responder a la llamada que Dios nos hace con un acto de libertad personal y radical… seremos entonces mucho más libres, pues contaremos con la libertad de Dios.