san Pablo a los Colosenses 1, 24-2, 3; Sal 61, 6-7. 9 ; san Lucas 6, 6-11
Tenemos para la consideración de hoy algo insólito. Unos hombres están atentos sólo a ver qué error comete Jesús. Un hombre tenía “parálisis en el brazo derecho”. Pero este hecho que más bien debería de ser motivo para apenarnos o ponernos a pensar qué podríamos hacer para aliviar la desgracia del pobre hombre, por el contrario va a servir a los escribas y fariseos para estar “al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo”.
Esta es la historia que a todos los niveles se sigue repitiendo. Personalmente, en la familia, contra la propia Iglesia: hay veces que estamos “al acecho” con respecto a alguien, tal y como dice el Evangelio de hoy, para ver “en qué le pillamos” diríamos con lenguaje más actual. Personas a las que, digámoslo con toda claridad “le tenemos manía”.
Esa manía podemos tenerla por distintas causas, quizá porque hemos observado que es mejor que nosotros y nos fastidia su sabiduría, o tiene más belleza o, como suele decirse, “cae mejor”, es más simpático o simpática. En el caso de Jesús es evidente que era -a veces incluso lo dice así expresamente el Evangelio- por envidia, porque “Él enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas y fariseos”. Esencialmente, podríamos decir, porque el Señor hacía cosas que no hacían ellos. Pero el Señor no se amedrenta: “Él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: “levántate y ponte ahí en medio. Él se levantó y se quedó en pie. Jesús les dijo: ´Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?´”
El Señor vuelve una y otra vez a reconducir nuestra mirada a lo esencial, al punto en donde se acaban las envidias y los malos pensamientos; quiere que no olvidemos lo que debemos tener presente en cada acto de nuestra vida: “hacer el bien o el mal”.
El Señor hace el milagro. Cura al enfermo de su parálisis. Y, la reacción de ellos es peor aún que al principio: “ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús”.
Esta lección del Evangelio de hoy también es una buena muestra de cómo debemos los cristianos comportarnos en todo momento. Habrá gente que entenderá y gente que criticará, incluso que nunca parará de criticar las buenas cosas que pretendemos hacer en la tierra en nuestro deseo de imitar al Señor. Pero esto no debe de ser nunca un freno sino un acicate para los hijos de Dios.
Lo que debemos estar buscando en todo momento es hacer el bien, curar enfermos, sanar corazones heridos por el odio o la envidia, extender manos que están paralíticas para las buenas obras. Y, quizá un modo muy concreto de terminar nuestra oración sea sacar un propósito: no criticar nosotros nunca y, menos aún, si cabe hablar así, no criticar las obras buenas de los demás. Sea quien sea el que las haga, persona o grupo: no “ponernos furiosos” cuando veamos que Dios obra a través de personas -laicos, sacerdotes, obispos o religiosos- que están haciendo el bien a toda la Iglesia.