Ezequiel 18, 25-28; Sal 24, 4bc-5. 6-7. 8-9 ; san Pablo a los Filipenses 2, 1-11; san Mateo 21, 28-32

Estos comentarios los escribo desde lo que vivo, rezo y leo. Esto de implicar la propia vida está bien, el Evangelio no hay que leerlo desde las teorías. Pero también soy consciente de que, dando noticias de lo que sucede en mi entorno, a veces tiene el peligro de convertirse en una especie de “culebrón.” Llevo un par de días sin hablar del tabaco y sé que algunos se preguntan: ¿Habrá conseguido dejar de fumar?. La respuesta es obvia: No. Cuando recapacito sé que son excusas lo del comienzo de curso, el quedarme sin vicario parroquial, las noticias inquietantes que hay a mi alrededor, el que, cuando había decidido no llevar tabaco encima, me regalen unas cajetillas en el despacho parroquial. La carne es débil y, aunque haya bajado de cuarenta cigarrillos diarios a cinco, sé que son excusas y que debo dejarlo del todo. Seguiré intentándolo.
“Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. El le contestó: No quiero. Pero después se arrepintió y fue.” ¡Cómo nos conoce el Señor!. Tengo que reconocer que me dan pánico (tal vez sea envidia, tendré que meditarlo), los que tienen las cosas tan claras que nunca dudan, nunca vacilan y parece que siempre son impecables. Me dan miedo pues parece que no entienden la debilidad de los hombres, los miedos, las dudas y las vacilaciones con que nos enfrentamos el resto de la humanidad. Se encuentra uno con personas así en todo el espectro de la realidad humana y eclesial. Se tachen a sí mismos de “progresistas” o “conservadores” (en el fondo a muchos les encanta que les encasillen en esos términos, aunque jamás lo reconozcan), no entienden la debilidad de la condición humana, redimida por la Gracia de Dios, pero tocada por el pecado. El pecado nos lleva a decir “no quiero,” la Gracia de Dios nos lleva a recapacitar e ir. Tenemos que entenderlo y no nos tiene que asustar.
Jesús no dice: “El que me sigue, nunca dudará ni se equivocará.” No, el Señor nos quiere mucho más que eso. El Señor sabe que por mucho que metamos la pata, por muy pecador que uno pueda ser, “si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.” Hasta el más rebelde es capaz de “doblar la rodilla ante el nombre de Jesús,” y, por lo tanto, una vez que se descubre la misericordia de Dios, “tener entrañas compasivas.”
“Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios.” Sería estúpido decir que el Señor recomienda la prostitución como camino de salvación, pero las prostitutas y los publicanos sabían que estaban haciéndolo mal, luego podrían algún día decidir hacerlo bien. Los sumos sacerdotes y los ancianos pensaban que todo lo hacían bien y esos corazones sí que son difíciles de cambiar, miraban a todos “desde arriba,” desde sus juicios y prejuicios. El único que puede mirarnos desde arriba es Cristo, que lo hace desde la cruz, aupado sobre la carga de nuestros pecados, y desde la derecha de Dios en su Reino.
A nosotros no nos puede asustar la debilidad de los hombres, nuestra propia miseria, el que nos cueste vivir como hijos de Dios. No, no nos asusta ni nos acostumbramos, recapacitamos y, con la ayuda de Dios, respondemos: “Iré. Haré lo que Dios quiere.” ¿No te parece que el Señor te conoce y te quiere mucho más de lo que a veces tú mismo te conoces y te quieres?.
Hoy en Reus (Tarragona), celebran Nuestra Señora de la Misericordia. Una madre conoce bien las debilidades y las posibilidades de su hijo. Pídele a nuestra Madre que te conceda fuerza en la debilidad para “hacer lo que Él os diga,” aunque de primeras nos cueste.
¿Un cigarrito? Vamos a dejarlo para más tarde.