Génesis 49,1-2.8-10; Sal 71, 1-2. 3-4ab. 7-8. 17; san Mateo 1,1-17
Siempre he pensado que las abuelitas salvaguardarían la fe. Son las que tienen una formación religiosa un poco sólida, aunque no manejen Internet, y transmiten las tradiciones y oraciones a los más jóvenes. Estos días me toca pasear mucho de un lado a otro de Madrid haciendo gestiones. Ayer, pasando frente a una tienda de moda que lucía un hermoso Papa-Noel (San Nicolás para los amigos), en su escaparate, una abuelita que pasaba con su nieto por delante le dice al niño: “Mira, bonito, mira, ¡los reyes magos!.” Y no es que fuese un Papa-Noel de incógnito, no, tenía su barba blanca, su enorme tripa, iba todo vestido de rojo y una campanita en la mano. Sólo le faltaba a Rudolf besándole la mejilla. Pero es que ya ni de las abuelitas te puedes fiar, cualquier día confundirán las figuritas del belén con los Power-Rangers.
“En aquellos días, Jacob llamó a sus hijos y les dijo: Reuníos, que os voy a contar lo que os va a suceder en el futuro; agrupaos y escuchadme, hijos de Jacob, oíd a vuestro padre Israel.” Ese futuro para Jacob es una realidad presente para nosotros, pero sigue siendo urgente el recordarlo y anunciarlo. Existe tal saturación de “espíritu navideño” que, a escasos siete días de la nochebuena, se nos puede olvidar lo que celebramos. Hasta los ateos más recalcitrantes dirán estos días: “Felices fiestas.” Pero ¿qué tienen que celebrar? Si confundimos al niño Dios con el espumillón y el misterio de la encarnación con el cordero al horno, poco tendremos que celebrar.
Hoy escuchamos la “genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.” No es un trabalenguas para hacer más entretenida la Misa. Es recordarnos, hacernos presente que Cristo realmente vino al mundo, transformó el mundo, está actuando en el mundo y presente sacramentalmente en la Eucaristía. No es un mito, ni una leyenda ni un ayer que pasó. Es el mismo “ayer, hoy y siempre” y, en un momento concreto de la historia, se encarnó en las entrañas de la Virgen, por obra del Espíritu Santo. Eso es lo que celebramos, aunque los comercios, la publicidad y el “sunsuncorda” nos diga que es otra cosa. Se puede celebrar la Navidad sin turrón o peladillas, no tendríamos nada que celebrar sin Jesucristo.
Puede parecer una verdad de Perogrullo, pero es facilísimo que la olvidemos. Podemos tener la cabeza y el corazón en la comida, los regalos, los viajes y, casi sin darnos cuenta, expulsar a Cristo de la Navidad. No es por maldad, es por despiste y por la gran presión mediática a la que estamos sometidos. Por eso conviene que en estos últimos días de Adviento vayamos preparando “trucos” para acordarnos qué celebramos en Navidad. Poner el Belén en un sitio que “moleste,” (es decir, no en un rinconcito medio oculto) y que tengamos que pasar muchas veces por delante, preparar la bendición de la mesa el día de nochebuena y de Navidad, saber la hora de la Misa del gallo e invitar a nuestra familia a asistir todos juntos, poner delante de la Visa una estampita con el portal de Belén para que seamos austeros estos días, proponer alguna obra de caridad en la que todos puedan participar. Cada cual que piense qué es lo que mas le hace falta o más le ayuda.
“…y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.” No rompamos tú y yo esta cadena y enseñemos a las futuras generaciones la auténtica navidad. Y, por favor, no confundamos a Melchor con Mickey Mouse.