Génesis 9, 8-15; Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9; san Pedro 3, 18-22; san Marcos 1, 12-15

Hemos comenzado hace cuatro días la cuaresma. ¡Sólo cuatro días! Y puede ser que como, a muchos de los feligreses con los que me he encontrado, se te haya escapado la abstinencia. Un trocito de chorizo, algo de carne a la brasa, … y era viernes. ¿Pasa algo?. No, la verdad es que no te vas a morir por eso, pero ¿pasa algo?. Sí, sí pasa aunque no te des cuenta.
“En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.” Siempre me he imaginado al Señor en el desierto contemplando “su fracaso”, tus pecados y los míos, tus tristezas y las mías, tus desesperanzas y las mías…, pero de todas sale triunfador, aun viviendo entre alimañas. Por eso me imagino a Jesús en el desierto preocupado, pero no triste. Cualquier miseria, cualquier pecado, cualquier enfermedad ha sido vencida, luego hay lugar para una sonrisa… aunque cueste. Mirando tu vida y la mía Jesús sonríe, no lo dudes. El peor enemigo de la cuaresma es el :”¡Ya lo sabía!” El peor enemigo del bautizado es pensar que es del montón, pues es una mentira…, que no es verdad. Pensar que eres del montón es pensar que van a vigilarte como a un preso peligroso y castigarte en cuanto te equivoques. ¡No!. Ante eso Jesús no saldría el desierto, preferiría antes vivir entre las alimañas que entre nosotros, pero “Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»”
¿Y eso por qué? Porque Jesús cree en ti y en mí. Porque tiene más preocupación por ti que muchos cristianos ante un trozo de chorizo, porque su corazón late de misericordia al ritmo de nuestros pecados ¡y son tantos!. Por eso Jesús ante tanta alimaña y tanta miseria tendría una sonrisa en la boca, pues conocía el don de Dios. La cuaresma ni es un tiempo de estar tristes, sino de recoger las gracias de Dios, que se dan hasta para unos pocos, sólo ocho, “según nos dice San Pedro de los que estaban en el arca de Noé,” pero salvan a la humanidad entera.
Jesús no pudo estar triste en el desierto. Tu puedes estar preocupado, hay tantos motivos, pero no puedes estar triste. No hay ningún enemigo que nos venza, no hay tentación que con la gracia de Dios no puedas vencer: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios.” Si ya sabemos el camino no podemos estar tristes como si lo ignorásemos y, cuando lo perdemos, sabemos cómo volver a Él pues “el Señor enseña su camino a los humildes.”
El arco iris no deja de aparecer a pesar de nuestros pecados, a pesar de que nos empeñemos en no cuidar los detalles y nos olvidemos de vivir como hijos de Dios. Esa es la grandeza de Dios: no se olvida de su misericordia aunque nosotros nos olvidemos de Él. Jamás olvida su alianza, su pacto con la tierra. Por eso ante el próximo día de abstinencia que no tomes en cuenta, ante el próximo sacrificio que dudes en hacer, ante la siguiente limosna que luche por quedarse en tu bolsillo, ante el próximo rato de oración que quieras aplazar o acortar, acuérdate de Jesús que en el desierto pensaba en ti. No es hora de ser rebeldes, no es hora de entristecerse, es hora de hacer lo que hay que hacer con la gracia de Dios.
Nunca en la vida caminamos solos, y mucho menos en este tiempo de Cuaresma. María, la Madre, también se preparó para estar al pie de la cruz y quiere llevarte hasta allí.